martes, 15 de diciembre de 2009

Capítulo 2: El deber del guerrero


Mientras Valten observaba el mortífero ataque, se percató de que un grupo de takhäs habían burlado las colosales sagitas y se habían infiltrado en la muralla. Satisfecho, se dirigió a sus hombres y gritó:
-¡Parece que aún queda algo de diversión en esta batalla! - los alabarderos colocaron sus armas en asta, apoyando su parte inferior contra el suelo y utilizando sus pies como tope.
Los monstruos corrieron ajenos al peligro que comportaba cargar contra un muro de afiladas astas...

El guerrero permanecía en silencio, inmóvil, cargando con su aboyado escudo y la reluciente espada, por la cual se deslizaba una gota de sangre negra.
La unidad del comandante Sayrz acompañaba a su líder en su silencio, pero no sin poder sentirse asustados, tensos ante la idea de que el gran ejército takhä consiguiera adentrarse en la ciudad de Ardân; ellos serían la última fuerza de choque que defendería el patio y si hubiera una entrada masiva de enemigos, sabían que no podrían detenerlos...
En ese instante, un estruendo sobresaltó al comandante espadachín. Apretó con fuerza la empuñadura de su apreciada espada, Ithil, con la que había afrontado tantas batallas; ahora vivirían juntos el momento de su final.
Un segundo golpe turbó la moral de los espadachines y gran parte dieron varios pasos alejándose de la puerta. El comandante, pese a estar tan o incluso más aterrado que sus hombres, se encomendó al corazón de sus soldados para animarlos:
-¡¡¡No retrocedáis!!! ¡Somos la última esperanza del mundo, de los hombres! Van a necesitar algo más que esto para acabar con nosotros.
Justo después de que Sayrz terminara de hablar, un tercer golpe resonó por el interior de las murallas de la ciudad. Pero junto a este, le siguieron muchos más que desconcertaron a la unidad de espadachines. Los numerosos golpes siguieron hasta establecer un compás regular, cosa que sirvió a los hombres para entender que los golpes no provenían del portón, sino de más allá de la muralla inferior.
-¡¡¡Convocan retirada!!! -gritó uno de los defensores en lo alto de los muros:
-¡Ardân está a salvo! -vociferaba otro con júbilo.
Sorprendido, el comandante Sayrz, seguido de toda su unidad, subió a toda prisa las escaleras que conducían a la parte superior de la muralla. En lo alto, Valten le esperaba portando en su rostro una despreocupada sonrisa:
-Observa amigo, como la gran Ardân, construida por el mismísimo Nûr, sigue siendo digna de su creador.

Ante un terreno presa del caos, con infinidad de cadáveres, ruinas y llamas, la gran columna de takhäs huía despavorida por la puerta sud.
Como si se hubiera iniciado una carrera hacia ninguna parte, los amenazantes monstruos se alejaban dispersándose por todo el área exterior a la ciudad.
Lo único que pretendían era alejarse de Ardân y entrar en su lugar: las tierras rojas.



Los primeros rayos del sol trajeron consigo un profundo sentimiento agridulce a los hombres; el alivio de la victoria se veía eclipsado por una sensación de pánico inminente ante la aniquilación. Pánico a que los takhä volvieran, a que estubieran mejor organizados y a que Ardân se viera incapaz de repeler un nuevo ataque.
Katne se reencontró con sus compañeros en el panteón de Nûr, situado en la parte más alta de la ciudad.
Al igual que el resto de la población que se encontraba bajo el techo del colosal edificio, los tres vestían el negro hábito con el que se asistía a los funerales.
Entre cientos de lagrimas, una gran parte de los habitantes de Ardân se enfrentaban a un dolor más poderoso que el producido por las armas, un dolor más duro que el de la muerte; y ese era el dolor de un alma que había perdido a un ser querido.
Bajo esta escena, el sumo sacerdote del templo inició la ceremonia:
-¡Oh! Gran Nûr, agradecidos te estamos por la victoria que nos has otorgado en esta oscura noche.
Muchos han caído hoy en las fauces de la muerte, ¡Pero no lo harán en el olvido!. Así que conduce, dios Nûr, sus almas humeantes hasta tu hogar, el infinito cielo y acogelos en tu regazo. Cuida de los valientes y de los inocentes...

Mientras el sumo sacerdote tomaba aire para proseguir con su discurso, uno de los encapuchados que había acudido al funeral se acercó a Katne y Sarz. La fina sotana no puso ocultar la corpulente envergadura de extraño y los dos comandantes pudieron reconocer rápidamente la silueta de su viejo amigo Valten.
Los tres compañeros, se dirigieron a una sala más apartada del templo. Nada más entrar, Sayrz reconoció la estatua que presidía el habitáculo y recordó las leyendas que le explicaba su padre sobre ese personaje: el guerrero eterno Naresh.

La profunda voz de su compañero lo sacó de sus cavilaciones:
-Debemos valorar la peligrosa situación en la que se encuentra Ardân.
Katne y Sayrz endurecieron su rostro al oír las palabras de su compañero. El silencio se apoderó de la sala de Naresh, pudiendo oír con dificultad las palabras del sumo sacerdote, que proseguía con la ceremonia en la parte principal del templo.
Tras unos segundos, Katne rompió el silencio:
-¡¿Y que quieres hacer?! Estamos atados de pies y manos. Han muerto muchos hoy, no seremos los suficientes para detener otro ataque... Y por si fuera poco, la rendición nos perjudicaría más que la propia muerte. -fue solo la pronunciación de la palabra “rendición” lo que exaltó a Valten elevando el tono de voz mucho más de lo necesario:
-¡¡¡Prefiero arder antes que ver Ardân bajo las garras de esos desgraciados!!! -dándose cuenta de su grito, cogió aire y algo más sosegado, prosiguió:
-Pero no veo luz en el final de este túnel.

Katne y Valten buscaron la mirada de su compañero Sayrz en busca de una tercera opinión. Este, como solía hacer en una mala costumbre, se había abstraído de la conversación y contemplaba la llamativa representación de Naresh.
El poderoso guerrero mantenía su enorme espada en una sola mano y con ella señalaba hacia el frente. Pero no era su heroica posición lo que más atraía de la escultura, sino su mirada. Confiada, orgullosa y que transmitía un profundo sentimiento de coraje en los que la observaban.
Sayrz dejó de mirar al guerrero, cuya representación medía el triple que un hombre normal y se dirigió a sus compañeros decidido:
-Amigos. Vamos a convocar una audiencia con los cien sabios. - los comandantes de las compañías de arqueros y alabarderos de Ardân se quedaron sorprendidos ante tal afirmación y contestaron:
-¿Comparecer ante los cien sabios? Ya han dado la orden de agilizar los trabajos de reconstrucción de la muralla inferior y el refuerzo de sus almenas. No creo que nos aporten ninguna idea más...- Sayrz miró a sus compañeros con un rostro lleno de esperanza y les anunció:
- No es consejo lo que quiero, sino permiso. Necesitaremos el consentimiento y el apoyo de Ardân para nuestra tarea, y si estoy en lo cierto, para nuestra salvación...

Una leve brisa que traía el olor del mar invadió el teatro dónde los tres comandantes aguardaban el don de la palabra.
Ante ellos, los cien sabios entre susurros se preguntaban la intención de los dirigentes de las fuerzas de Ardân. Pasados varios minutos, un representante de los ancianos se puso en pie.
-Estamos preparados para oír sus sugerencias caballeros. -articularon sus labios, ocultos tras una prominente barba blanca.
Katne, Valten y Sayrz se miraron algo intimidados por el silencio que reinó en la sala. Durante unos largos segundos, ambos contemplaban a Sayrz, que permanecía inmobil mirando a los sabios. Dando un paso al frente, al fin habló:
-Me dirijo a este consejo como Sayrz Luprus, comandante de las unidades de infantería y portavoz de la defensa de la ciudad. Debo comunicar en primer lugar, que la exitosa defensa de Ardân exige el reconocimiento de los hombres que han luchado por defenderla. Sin su incansable valor, sería hoy fuego lo único que vislumbrarían nuestros ojos.
Las palabras de Sayrz conmocionaron e iniciaron de nuevo rumores entre los asistentes. El comandante hizo ademán de continuar su discurso:
-Sin embrago... con gran tristeza he de declarar, que nuestros esfuerzos son insuficientes... Las continuas holeadas que nos asedian desde las tierras rojas se producen cada vez con más frecuencia. Nuestras tropas sufren el desgaste de tan numerosas batallas. Por cada uno de los nuestros que cae, son tres los takhä que encuentran su fin, pero por grande que sea el margen de victoria, siempre vuelven a aparecer más. Incansables, sedientos de sangre.
Las palabras de Sayrz, pese a contener en ellas una gran verdad, empezaban a incomodar al consejo, dónde los susurros habían vuelto a inundar el aire. Sin hacerse esperar, una voz surgida del grupo, se dirigió a Sayrz:
-Conocemos la situación comandante. ¡Pero no hay nada más que podamos hacer! Durante siglos, las murallas de Ardân han resistido al enemigo, inexpugnables ante los múltiples ataques gracias al favor de Naresh. Han sido reforzadas, una y otra vez, reconstruidas para que esa situación perdurara. Para que sigamos poseyendo nuestro derecho a existir... Al igual que nuestros ancestros, nuestra única opción es defenderla hasta el final. Si hemos de caer, Ardân resistirá hasta el final. Hasta el último de sus guerreros.
Las palabras del anciano despertaron sobre sus semejantes una breve sensación de euforia que pronto fue substituida por la tristeza. La pérdida de la ciudad de Ardân, aún siendo de manera noble, supondría que todas las vidas que se sacrificaron en la gran guerra contra los trece demonios no sirvieran de nada. Percatándose de los gestos de los ancianos, Sayrz intervino de nuevo:
-Eh aquí el motivo de mi audiencia con esta asamblea. Pido el consentimiento para mi partida de Ardân, hacia las tierras rojas.
Las palabras del comandante crearon una muda exclamación que inundó la sala. No obstante ninguno se aventuró a decir nada, contemplaban al joven comandante con intriga a la espera de que se resolviera la incertidumbre de su petición. Valten, que se encontraba detrás, extendió una mano sobre el hombro de Sayrz con el fin de llamar su atención. Este lo miró y negó con la cabeza para dar un paso al frente y continuar:
-Consejo de los cien sabios. Traeré a la ciudad la Sindey, la misma espada que sirvió a Naresh en la gran guerra. Con ella, ¡aseguraremos la supervivencia de Ardân!
El anciano que aún se encontraba en pie se anticipó a sus semejantes y con tono de replica dijo:
-¡Eso es imposible comandante! Nadie ha osado jamás abandonar la gran ciudad de Ardân. Sólo algunos dementes han atravesado las murallas. Nunca se ha vuelto ha saber de ellos...Desde la llegada de los trece, el resto del mundo ha permanecido desolado y plagado de esas criaturas.
-Sólo se debe atravesar la antigua Rüen en dirección nordeste por espacio de tres semanas, hasta el paso de Ostrang. Es allí donde la hoja Sindey permanece dormida desde los primeros tiempos...
Se hizo el silencio en la cámara de los cien sabios. La idea de Sayrz parecía imposible, pero por otro lado, las demás opciones no eran mucho mejores. Tras unos minutos de deliberación, uno de los sabios pidió la palabra:
-Vuestro plan, maestro Sayrz, carece de total lógica y estrategia... Sin embargo, la gloria es obtenida por aquellos que no le temen a lo desconocido. Aún así, no podemos permitir que se unan a su... -el anciano escogió cuidadosamente cuales iban a ser sus próximas palabras: -“Misión”. No tenemos más remedio que respetar su decisión, pero me temo que no se le otorgará la responsabilidad de cargar con más vidas para este cometido.
Sayrz asintió con seriedad. Sabía tan bien como los ancianos que su campaña acabaría con su muerte. En solitario, podría intentar pasar desapercibido hasta llegar a Ostrang. Mientras empezaba a pensar en las posibilidades de su misión, una suave voz lo sacó de sus pensamientos:
-No acudirá solo a su tarea. A mi propio cargo, me hago responsable de mi integridad y decido unirme al comentido del comandante Sayrz Luprus. Es mi propia decisión y según nuestras leyes, no puede ser rechazada. -el comandante de las unidades de arqueros de Ardân, Katne avanzaba para ponerse al lado de Sayrz. Al pasar a su lado, le dedicó una de sus inocentes sonrisas.
Unas grandes manos aferraron amistosamente el cuellodel joven arquero.
-Te has adelantado Katne -dijo el robusto Valten.
Volviéndose a la sala, continuó: -Al igual que los dos comandantes, me uno a ellos en su cometido.
-No podemos dejar a Ardân sin sus comandantes -profirió una voz de entre los ancianos.
-Necesitamos más que nunca mantener las defensas a pleno rendimiento. No podemos fallar en lo más mínimo, de ser así... -anunció otro de los sabios, mostrando en su tono la angustia.
- Las posibilidades de la misión se incrementarían si partimos con Sayrz hacia Ostrang. -dijo el delgado Katne- Entiendo la necesidad de que permanezcan en al ciudad los altos cargos del ejército. Pero contamos con buenos hombres, son varios los que podrían ocupar nuestro lugar... Yo mismo redactaré un informe con posibles candidatos.
Una vez más, el silencio, heraldo de la reflexión, ocupó la asamblea. La deliberación fue esta vez más intensa con claros gestos que apoyaban y criticaban la misión. Finalmente, un anciano de barba gris se levantó ayudándose de un magnífico báculo para dirigirse a los comandantes, que aguardaban el veredicto con expectación:
-Nuestra cámara no tiene poder para denegar vuestra partida... -dijo el anciano con voz queda – pero poder hacerlo apoyaríamos vuestra campaña pese al gran sacrificio que para Ardân supone.
Los tres comandantes se miraron incrédulos ante la decisión de la cámara.
-Necesitamos con gran urgencia que vuestros objetivos se cumplan y para ello nos aferramos a esta nueva esperanza que se nos presenta...
Con un gran júbilo, Katne, Sayrz y Valten no puedieron ocultar sus sentimientos y perder las formas ante los venerables ancianos. Tras unos segundos de euforia con dificultad contenida, la poderosa voz de Valten retumbo en la samblea:
-Si de entre los hombres de Ardân existe uno el cual quiera acompañarnos, ancianos, hacedle saber que nos encontraremos con él dentro de dos días, en el manantial de Kur. De allí partiremos hacía las tierras rojas...
La valentía de los comandantes, inspiró como hacia en sus hombres, a los sabios del consejo. El hombre de barba gris pidió una última vez la palabra ante sus semejantes:
-Marchad pues con nuestras esperanzas bajo los escudos y nuestra fuerza en vuestras armas. Volved con la espada, hijos de Ardân. Llevad hasta lo más alto nuestro orgullo, nuestro estandarte y salvad la tierra que con tanta estima todos hemos defendido.


Cuando los tres jóvenes salieron de la sacra plaza donde se celebraban las asambleas de los cien sabios, una refrescante brisa venida del gran mar, acarició sus rostros en la ya entrada noche. Katne observó en la inmensa distancia de la ciudad de Ardân a sus habitantes que se apresuraban en reconstruir la muralla.
La nueva esperanza de la espada de Naresh era una epopeya prácticamente imposible, pero lmotivaría a los hombres para no perder la fe y seguir luchando. Debían de hacer todo lo posible para conseguir su objetivo. Por todos ellos.
Sayrz miró a sus compañeros con una sonrisa en la boca. Eran tantas las palabras que en ese momento podría haberles dirigido...
Finalmente sólo fue una la que dirigió a sus amigos:
- Gracias -dijo mientras observaba la luna que en aquella noche iluminaba con su manto plateado la gran ciudad de Ardân.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Capítulo 1: La última esperanza


Este rival los superaba a todos... Pero el comandante de la guardia de Ardân sentía que su combate, que el transcurso de su combate no era más que el reflejo de la batalla.
Sayrz desenfocó a su rival un segundo para contemplar la primera muralla de la ciudadela. Los numerosos takhä, lejos de rendirse, seguían penetrando en las defensas humanas como el agua entre las rocas...
El guerrero percibió movimiento y volvió la vista hacía el combate. El corpulento takhä lanzaba un nuevo mazazo contra Sayrz.
Instintivamente, el comandante cubrió su cabeza con el reluciente escudo de metal bloqueando el golpe. Era tal la fuerza del monstruo, que al impactar su maza contra la defensa de Sayrz, provocó que todo su brazo izquierdo se resintiera. Su extremidad, herida en el transcurso de la batalla, le falló en ese momento y lo dejó momentáneamente desarmado.

El capitán takhä aprovechó la situación y levantando esta vez la maza en un golpe ascendente cargó contra el comandante. Viendo venir su final inminente, Sayrz interpuso su espada en la trayectoria del ataque.
Del poderoso choque, la espada de Sayrz salió proyectada varios metros a sus espaldas.

El poderoso rival levantó la pesada maza con un solo brazo y la dirigió hacía Sayrz.
Bajo la escasa luz de la media luna y antorchas que aquella noche iluminaban las murallas de Ardân, la coraza del capitán demonio relucía con intensidad comparada con las del resto de sus soldados.

De entre dos retorcidos cuernos que portaba en la cabeza, una voz de ultratumba bramó:
-¡¡¡Este será tu fin!!! -gritó el monstruo con furia. En ese mismo instante, las esperanzas invadieron el corazón del joven comandante:
-No es a mi quien la muerte a venido a buscar bajo esta luna...
De entre las sombras de la muralla, una estela dorada prácticamente indivisible se estrelló contra el cráneo del capitán takhä. Como reacción al impacto, el demonio voló varios metros hasta topar contra una de las paredes de la muralla.
Sayrz observó al amenazante monstruo que ahora se encontraba con los ojos en blanco y sangrando prominentemente por una gran brecha en su cráneo.
Una poderosa voz llamó la atención de Sayrz:
-¿No te puedo dejar sólo verdad? -preguntó el joven que cargaba a sus espaldas un colosal martillo.
-Casi acaba conmigo ese desgraciado... -dijo Sayrz mientras mostraba una profunda abolladura que presentaba su escudo. Después añadió:
-Suerte que Nûr estuvo conmigo y me bendijo con una de tus entradas triunfal...
Antes de que Sayrz tuviera tiempo de terminar su frase, el joven del martillo dorado giró repentinamente y aprovechando hábilmente su impulso, destrozó el esternón de un takhä que corría hacia ellos. Después extendiendo su brazo hacia Sayrz dijo:
-Arriba comandante, ¡Conseguiremos la victoria!
Sayrz recogió su espada y haciéndola girar con un golpe de muñeca añadió:
-Gracias, comandante Valten.



El arquero acarició la suave pluma con la que acababa la flecha.
Sabía que era sólo cuestión de tiempo que alguna despreciable criatura asomara la cabeza sobre la muralla...
Esperaba pacientemente cuando se percató de que una leve brisa soplaba del este. Como la gran parte de la compañía de arqueros de Ardân, sabía perfectamente que no era viento suficiente como para modificar la trayectoria del proyectil en una distancia tan corta.
Satisfecho con eso, su satisfacción fue aun mayor cuando vio a un takhä que trepaba por el lugar esperado.
Sin vacilar, tensó el arco con un rápido movimiento y de igual manera, lo soltó sin que debido a los movimientos la dirección del arco variara ni un centímetro.
El disparo certero hizo que el cuerpo inherte del demonio cayera al inferior del muro.
-Perfecto -susurró el joven arquero. Justo después de eliminar al primer invasor, tres escaleras más chocaron contra las piedras de la muralla.
El comandante de la compañía de arqueros de Ardân volvió a cargar su arco y esta vez ya tensándolo gritó:
-¡Arqueros, cargad flechas!
De las cuatro escaleras aparecieron un gran numero de takhäs, una vez situados entre los muros se dirigieron hacia las almenas donde los arqueros les esperaban.
El líder de los arqueros espero a que un numero más grande de ellos hubiera entrado en el muro inferior y cuando lo consideró oportuno dio la orden a su capitán:
-¡Soltad una descarga! -el capitán repitió la orden a los oficiales, los cuales junto con el resto de sus camaradas, la ejecutaron.
Una lluvia de flechas masacró al grupo de takhäs. Quedaron en pie dos malheridos demonios que, viendo a los arqueros cargar una segunda oleada de flechas, intentaron desesperadamente huir.
El joven comandante de la unidad cargó rápidamente dos flechas en su arco y lanzándolas con una maestría asombrosa, evitó la retirada de los dos enemigos:
-¡Dos flechas! Increíble comandante Katne, -comentó un arquero experto. A lo que Katne, dirigiéndose al resto de sus hombres contestó:
- ¡Ninguna de esas bestias saldrá de aquí con vida!.

Katne llamó la atención a tres de sus arqueros:
-¡Olvidaos de los que entran en las murallas, nuestro deberes es protejer las puertas!.
Los arqueros rectificaron el tiro y dispararon sobre el bullicio que golpeaba la puerta norte.
Katne, después de observar la puerta norte, controló la otra entrada a la ciudad, que se encontraba a escasos seiscientos pasos de su posición. Una bestia enorme arremetía contra el portón sur. Ante tal imagen, el joven comandante reaccionó rápidamente:
-¡¡¡Disparad contra la otra puerta!!!


Sayrz remató con rabia a un takhä que se encontraba desarmado en el suelo. Exhausto, volvió a levantar su espada para ponerse en guardia:
-¡Estamos hasta el cuello Valten!
-¿¡Crees que no lo sé!? –contestó su compañero mientras un demonio perdía su arma y la vida intentando bloquear un ataque del martillo.
La situación empezaba a complicarse gravemente. Pese a que los takhä no eran muy difíciles de vencer individualmente, poco a poco los guerreros que defendían Ardân estaban cayendo.
Se había iniciado una batalla de desgaste en la que los humanos tenían todas las de perder…
Algo sacó a Sayrz de sus pensamientos. Una enorme estructura en forma de torre, se acercaba lenta pero implacablemente a la muralla:
-¿Una torre de asedio? –preguntó Sayrz alarmado.
-¡Maldita sea, necesitamos apoyo! –gritó Valten.
El extraño artilugio chocó violentamente contra el muro, el impacto se propagó por toda la muralla llegando incluso al suelo que pisaban los dos comandantes.
Al instante, de la torre surgió una abertura de la cual apareció un gran número de takhäs. Los acelerados monstruos vieron a Sayrz y Valten y corrieron en su caza. Encontrándose aun a una cierta distancia, Valten alargó su brazo hacia su cintura y se llevó a la boca un cuerno brillante.


-Señor, los takhä de la puerta norte están cargando un enorme listón de madera. –informó uno de los arqueros a su comandante. Mirando hacia el portón anunció:
- ¡Van a salvar el foso, hay que impedirlo!. –y valorando el estado de la puerta norte añadió:
-La bestia está muy debilitada, buen trabajo chicos. ¡¡¡Ardân es inexpugnable!
Cuando la primera ráfaga de sagitas impactó en los takhä, un agudo tono llamó la atención de la unidad.
El reclamo provenía de la puerta opuesta. Mientras intentaban situar su procedencia, un segundo tono les aclaró la dirección.
A unos quinientos pasos, dos guerreros supervivientes defendían la muralla de un numeroso grupo que cargaba hacia ellos.
El joven líder de la compañía de arqueros de Ardân reconoció al instante a los soldados:
-¡Piden refuerzos! –anunció Katne. Miró con impotencia el gran número de cadáveres humanos que yacían en las losas de la muralla y tomó una difícil decisión:
-¡¡¡Empuñad las espadas, nuestros compañeros las necesitan!!!


Valten bloqueó un espadazo con el mango de su martillo y con la punta de éste, golpeó a su atacante dejándolo aturdido en el suelo. Acto seguido, se agacho para esquivar un traicionero mazazo por la espalda y levantando el martillo con fuerza, destrozó la mandíbula inferior de un takhä.
Sin apenas tiempo para recuperarse, una gélida punzada arremetió contra su pierna izquierda, haciéndolo caer hasta quedarse apoyado sobre su otra rodilla.
El aturdido enemigo había recuperado el sentido antes de lo esperado y traicioneramente, aun desde el suelo, clavó una daga serpenteante en el muslo del comandante.
Valten lanzó un grito de dolor que convirtió en uno de furia cuando con un aplastante martillazo el comandante vengó su herida.
Sayrz vio la acción y preguntó:
-¿Estas bien?
-¡No es nada! – gritó entre dientes mientras se sacaba la daga de un doloroso tirón. Al ver que su herida sangraba prominentemente siguió:
-Pero no aguantaremos mucho más.
-Tenemos que salir de aquí.-y dando un breve vistazo a su alrededor añadió:-¡No queda nadie para defender la muralla inferior!
En ese instante, una veloz flecha impactó en la cabeza de uno de los takhä que corría hacia Sayrz. A esta, le siguieron otro grupo que pasaron silbando a los lados de los dos comandantes. Desconcertados, intentaron identificar a los responsables de los disparos pero debido a la escasa iluminación del tramo frente a las almenas, sólo pudieron reconocer unos yelmos con plumas blancas.
El grupo se acercó despejando la muralla de todo enemigo y llegó rápidamente a la posición de Valten y Sayrz:
-¡Comandante Katne! Tan oportuno cómo siempre. –dijo Valten sonriendo al ver a su amigo.
-Necesitábamos ayuda… gracias. –confesó Sayrz entre jadeos.
-Debemos darnos prisa –Katne lanzó una flecha y continuó: -No se cuanto tiempo aguantarán los portones si no reciben el ataque de mis arquer…-un grave estruendo interrumpió a Katne. El sonido volvió a repetirse y adoptó un ritmo regular. Sayrz furioso preguntó:
-¿Qué diablos es ahora?
En respuesta a su pregunta, la compañía de arqueros junto con Valten y Sayrz, escucharon al resto de los arqueros que aún defendían las almenas:
-¡Están utilizando un ariete! ¡Los takhä están derribando la puerta!

Este hecho escapaba a la explicación de los que aquella noche defendían la ciudad de los hombres, Ardân. Los takhä, desde que los humanos empezaron a relatar su historia en las crónicas hace cuatro mil años, jamás había habido una organización como la de aquella noche y lo que era aun más preocupante; ninguno de ellos hubiera renunciado a un segundo de carnicería para cargar con un incomodo ariete…

Un fuerte sonido retumbó por las murallas de la colosal ciudad de Ardân. Un sonido que cambió los planes de todos los soldados defensores. Al instante, oficiales, capitanes y soldados de alto rango gritaban a sus camaradas:
-¡¡¡Retirada!!!
-¡Nos reagruparemos en la muralla superior!
-¡La puerta sur ha caído! ¡Atrás!
Sin vacilar, Sayrz, Valten y la compañía de arqueros de Ardân, huyeron hacia la muralla superior. No tardaron más de pocos minutos en subir la escarpada elevación que separaba ambas murallas y entrar en los muros. En las puertas de la última linea defensiva de la ciudad, dos soldados esperaban a que pasaran el mayor número de compañeros antes de que los takhä alcanzaran los muros.
Poco después del paso de los comandantes, la primera fila del ejército enemigo se comenzó a ver encima de la elevación.
Las puertas de la muralla superior se cerraron, dejando a voluntad de Nûr la suerte de los que no habían logrado entrar…

Una vez dentro de la segunda muralla, los tres comandantes reagruparon a sus hombres y tomaron de nuevo posiciones a la espera de las acometidas de los takhä.
El comandante de la compañía de arqueros, se ocuparía de la defensa del portón, Valten y sus alabarderos de la protección de la muralla y Sayrz y los espadachines de frenar la embestida una vez las puertas se hubieran abierto.
Katne, una vez había posicionado sus hombres, desapareció por una puerta que conducía al interior de los muros sobre los cuales estaban. Al cabo de unos minutos, se volvió a reunir con sus hombres y los de Valten, que lucharían codo con codo.
El portador del martillo dorado observó que Katne mostraba una exuberante sonrisa y preguntó:
-¿Qué es lo que te hace tan feliz? –Katne sacó una flecha de su carcaj y cargándola en su arco contestó:
- Es una verdadera lastima que el comandante Sayrz no vaya a presenciar esto…
Valten se abstuvo de saciar su curiosidad cuando vio que una columna de los takhä subía la cuesta escarpada con el fin del alcanzar el portón.
El comandante arquero observaba el avance enemigo con impaciencia, hasta que en un momento que consideró oportuno, alzó el brazo con insistencia haciendo señas a un oficial de su compañía que se encontraba frente a la puerta que anteriormente había visitado.
Katne levantó los brazos y dirigiéndose a Valten gritó:
-Observa viejo amigo. ¡La gran obra de los arqueros de Ardân!

Como una bandada de veloces cuervos, decenas de enormes flechas salieron proyectadas del interior de los muros de la muralla superior.
En tan sólo unos segundos, las incesantes flechas estaban frenando el avance de la numerosa columna acabando en sagita que impactaba, con la vida de tres enemigos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Prólogo


En ese momento, Nûr liberador de los hombres, alargó su brazo para empuñar la espada de los dioses. Pese a ser esta ligera como una pluma, le pesaba como si estuviera hecha de piedra maciza.
El combate con el que antes había llamado “hermano”, se prolongaba ya por espacio de once días… El desgaste de la batalla y el poder superior de su hermano estaban acabando con Nûr.
Ante sus ojos, incapaces de enfocar bien al enemigo, el devastador Nûm le miraba mientras mantenía una sonrisa de satisfacción. Al ver a su hermano tambaleándose, el semidiós invocó un nuevo hechizo que sin duda, supondría el final del duelo:
-Parece mentira Nûr…-dijo Nûm mientras un fuego negro ardía alrededor de su mano-que te expongas a morir por salvar a los insignificantes humanos.
Nûr, desvió la mirada un segundo del combate, para observar la primera ciudad amurallada del reino humano construida con sacrificio y esperanzas.
Comparada con los dioses, era pequeña, insignificante pero que en Nûr infundaba un profundo respeto y admiración:
-¡¡No permitiré que destruyas lo que padre luchó tanto por construir!!-gritó enfurecido.
La espada del “protector de los hombres” lanzó un resplandor cegador. Con sus últimas fuerzas, Nûr cargó contra su hermano, pero el hechicero lejos de sorprenderse, bloqueó el ataque sin dificultad.
-No puedes vencerme hermano, ríndete y te perdonaré la vida.-pero su rostro se cambió repentinamente al ver como la centelleante espada cobraba una fuerza inimaginable y ganaba terreno al mago.
-¡El reino humano, vivirá para siempre!-con un sonoro rugido, Nûr rompió la vara con la que estaba siendo bloqueado. Teniendo a Nûm completamente a su merced dijo entristecido:
-Adiós, hermano…