viernes, 6 de noviembre de 2009

Prólogo


En ese momento, Nûr liberador de los hombres, alargó su brazo para empuñar la espada de los dioses. Pese a ser esta ligera como una pluma, le pesaba como si estuviera hecha de piedra maciza.
El combate con el que antes había llamado “hermano”, se prolongaba ya por espacio de once días… El desgaste de la batalla y el poder superior de su hermano estaban acabando con Nûr.
Ante sus ojos, incapaces de enfocar bien al enemigo, el devastador Nûm le miraba mientras mantenía una sonrisa de satisfacción. Al ver a su hermano tambaleándose, el semidiós invocó un nuevo hechizo que sin duda, supondría el final del duelo:
-Parece mentira Nûr…-dijo Nûm mientras un fuego negro ardía alrededor de su mano-que te expongas a morir por salvar a los insignificantes humanos.
Nûr, desvió la mirada un segundo del combate, para observar la primera ciudad amurallada del reino humano construida con sacrificio y esperanzas.
Comparada con los dioses, era pequeña, insignificante pero que en Nûr infundaba un profundo respeto y admiración:
-¡¡No permitiré que destruyas lo que padre luchó tanto por construir!!-gritó enfurecido.
La espada del “protector de los hombres” lanzó un resplandor cegador. Con sus últimas fuerzas, Nûr cargó contra su hermano, pero el hechicero lejos de sorprenderse, bloqueó el ataque sin dificultad.
-No puedes vencerme hermano, ríndete y te perdonaré la vida.-pero su rostro se cambió repentinamente al ver como la centelleante espada cobraba una fuerza inimaginable y ganaba terreno al mago.
-¡El reino humano, vivirá para siempre!-con un sonoro rugido, Nûr rompió la vara con la que estaba siendo bloqueado. Teniendo a Nûm completamente a su merced dijo entristecido:
-Adiós, hermano…

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