martes, 7 de diciembre de 2010

Capítulo 10: Una nueva esperanza


Estaban de nuevo bajo el enorme arco de la entrada, pero esta vez era diferente. Lo que en tantas ocasiones era una sensación de fascinación ante la colosal estructura, esta vez no era más que el preludio a algo mucho mayor. En completo silencio, los Isïr permanecían al pie de la torre de mármol a la espera de que el sacerdote que les guiaba les abriera las puertas.
Era únicamente la compañía la que iba a entrar en el edificio de mármol, pues Mardur les había concedido ese privilegio sólo a ellos, ni siquiera Thuryan, miembro de importancia en Bayz, podía traspasar sus puertas. Por su parte, Eredior, quien sí disponía del permiso de los sacerdotes de la torre, había decidido acompañar a los Isïr y ayudarlos en todo lo posible.
-Esta es la torre de Hann-an -dijo el sacerdote con orgullo- antes de la llegada de los trece, este lugar sagrado había servido como centro de Bayz. Un lugar de culto, de veneración de los dioses.
El hombre de pelo cano y arrugas prominentes se dio media vuelta, dándoles la espalda a sus oyentes para así abrir la puerta. Cuando ya hubo colocado una mano sobre una de las macizas puertas del portón, añadió con tono sombrío:
-Cuan han cambiado las cosas...
Con un pesado esfuerzo, el sacerdote empujó las puertas para así dejar entrever una estancia de belleza incomparable. Si el exterior de la torre mostraba en alguna de sus partes majestuosidad, era en el interior donde se ridiculizaba esa visión. La entrada daba a un largo pasadizo, cubierto por un techo de una altura inmensa, tan grande que entre sus bigas volaban las aves que habían construido en los puntos más altos sus nidos.
En su parte mas occidental, el lugar poseía unas ventanas que llegaban hasta el techo. Por ellas entraba la luz del exterior, dando un juego del color carmesí del cielo de Rüen con el mármol pulido de Hann-an.
A lo largo del pasillo, se erigían a ambos lados de una extensa alfombra roja una serie de figuras con motivos míticos. Esculturas también de mármol que recordaban episodios de la pugna entre los trece y los nueve reyes, así como la cosmogonía del mundo e incluso sobre el origen de los hombres. Las armas de los héroes y dioses a los que encarnaban esas figuras estaba hechas de oro, un oro puro que a la menor incidencia de luz relucía con intensidad.
Los Isïr permanecieron varios segundos en la entrada, en una mezcla de un impulso por acercarse descubrir todo lo que guardaba la torre de Hann-an dentro de sus muros y a la vez de no penetrar en un lugar tan sagrado como lo era aquel. Finalmente, abrumados decidieron seguir al sacerdote que ya se encontraba a la mitad de la estancia.
El sacerdote los guió hasta unas escaleras de caracol. Estas subían por la torre dejando a banda y banda de los peldaños una peligrosa caída. Pese a ser más bien anchas, tanto en su parte interior como en la exterior las escaleras no tenían ningún tipo de barrotes o pequeño muro. De esta forma, a medida que los Isïr y Eredior avanzaron en la subida, pudieron admirar con libertad como a lo largo de los diferentes pisos se repartían toda una serie de estancias con fines muy diversos. Bibliotecas y salas de culto se presentaban ante los ojos de la compañía a medida que ascendían. Finalmente, tras un largo tiempo de trayecto, el anciano se desvío de las escaleras para acceder a una puerta decorada con relieves dorados. El sacerdote asió una anilla pesada que descansaba dentro de la cabeza esculpida de un león sobre la puerta y la hizo chocar contra la misma. Mientras esperaban respuesta por la llamada del sacerdote, los Isïr escudriñaban las representaciones del portón con gran interés.
Era una puerta de laborioso trabajo, llena de esos dibujos en relieve y que mostraban un claro indicio de que esta debía de tener una importancia singular. Destinadas a guardar algo de gran importancia.
En medio de todas esas cavilaciones otro de los sacerdotes de la torre, como otros tantos que los Isïr habían visto en el transcurso de la subida por la escalinata, abrió la puerta y les dejó pasar. El sacerdote, otro anciano de cano cabello, les hizo esperar en una antesala mientras se adentraba en otra de las estancias con prisa. Al cabo de unos minutos, volvió a aparecer y les invitó a que les acompañara. En el centro de la habitación, un hombre vestido con una larguísima túnica decorada con incrustaciones doradas permanecía sentado sobre un trono de mármol. En su mano derecha, descansando la punta sobre el suelo, sostenía un báculo en el cual también brillaba la piedra de Mardur, tan utilizada en la ciudad de Bayz. El hombre, al ver llegar a los Isïr se levantó de su asiento y bajó los escasos peldaños que distanciaban su trono del suelo.
-Bienvenidos a la torre de Hann-an. Soy Iuris, sumo sacerdote de Nûr.
Después de su presentación, los sacerdotes que habían guiado a los Isïr hasta la parte superior de la torre se inclinaron con veneración. Conducta que la compañía creyó conveniente imitar.
-Vuestra llegada ha causado gran revuelo en la torre de Hann-an. En nombre de nuestra orden, he de dar las gracias a los dioses por vuestra llegada. Largas generaciones hemos vivido bajo el yugo de los líderes de Bayz, han rechazado nuestra doctrina y condenado a nuestra fe a permanecer encerrada entre estos muros.
A medida que el sumo sacerdote de Nûr hablaba, un marcado sentimiento de amargor se dibujaba en su rostro, cada vez mas visible.
-Siempre defendimos la existencia de otro mundo lejos de la ciudad de Bayz, no toda la vida se limitaba al interior de estos muros. ¡No es posible! -exclamó Iuris -el hecho de que no se nos permita disfrutar de ella a causa de los takhä no debería significar lo contrario...
>>Es por ello que gracias a las noticias de vuestra llegada que nos comunicó nuestro aliado Eredior, volvimos a creer en un futuro distinto para la ciudad y sus habitantes, que ya tan lejos están de las antiguas enseñanzas de los dioses. Nos enviaron incluso a su hijo, Perkhathep pero fue demasiado tarde... Bayz ya se había alejado de los tiempos de las profecías y los mensajes divinos.
Las palabras de Iuris, sumo sacerdote de Hann-an causaron sobre los Isïr una gran conmoción. Eran totalmente opuestos los pensamientos y formas de vida que se llevaban en la torre y el resto de la ciudad. La fuerte fe de los sacerdotes habían permitido que los antiguos ritos permanecieran impasibles al paso del tiempo y el agresivo aislamiento de Bayz. Eran sólo los antiguos textos y la adoración a los dioses lo único que ocupaba las mentes de los sacerdotes de Hann-an.
-¿Quien es Perkhathep? -preguntó tras un largo silencio Yannâ.
-Acompañadme, pues hablará mucho mejor su recuerdo que yo mismo.

Hlenn cerró los ojos e inhaló una bocanada del fresco aire. Cuanto tiempo había pasado ya desde la última vez que había tenido esa sensación. Sonreía mientras poco después pudo ver como los últimos rayos del sol se ponían en el horizonte bajo la espesa capa de nubes que cubría el cielo.
Eran muchas las maravillas que la torre de Hann-an albergaba en su interior, pero esta sin duda las había superado a todas. La gran altura del edificio, que desde el exterior no parecía extinguirse jamás, encontraba su fin sobre la cúpula que cubría el cielo de Rüen. Cuando los Isïr, guiados por el sumo sacerdote de Nûr, llegaron a la terraza de la torre pudieron volver a ver el cielo azul y el sol. Pero había algo más en aquel lugar que llamó especialmente la atención de la compañía. Una inmensa águila, con un semblante majestuoso y las alas desplegadas los observaba desde lo alto de un podio.
-Este es Perkhathep -dijo Iuris alzando una mano en dirección a la estatua- el hijo de los dioses. Conocemos su existencia gracias a los antiguos escritos de nuestros predecesores, los cuales vivieron el día en el que descendió de los mismos cielos para acudir en nuestra ayuda. Pero fue la falta de fe de este pueblo quien acabó con él y el que nos condenó a esta vida.
La ira se apoderó de las palabras del sumo sacerdote, quien a pesar de su avanzada edad se resentía ante nada y aún conservaba fuerzas para condenar la situación de Bayz. Iuris abrió la boca en un impulso por añadir algo más, pero finalmente cerró los labios y calló.
-¿Que ocurrió con Perkhathep? -quiso saber Nariel tras la confusa leyenda del águila.
Iuris alzó sus pobladas cejas que ocultaban la mirada del anciano. Cuando lo hizo, Nariel pudo ver como los ojos de un azul intenso del sumo sacerdote se clavaban en ella.
-Veo que no consideráis las antiguas leyendas como una simple historia. Realmente creéis en ellas, no es así ¿gran sacerdotisa de Kôr?
La sorpresa se dibujó por un instante en el rostro de Nariel. No había hablado, al igual que el resto de las sacerdotisas de los Isïr, sobre el culto que mantenían a sus dioses, siquiera a Thuryan, con el que mantenía distendidas conversaciones en las noches en los que ninguno de los dos encontraba el sueño.
-En Ardân sí que las consideramos como parte de nuestro pasado, del funcionamiento del mismo mundo. -contestó Nariel una vez repuesta de su sorpresa.
El anciano sonrió conciliadoramente y acto seguido se dispuso a continuar con su relato:
-Hace doscientos años, en un día como el que todos transcurre en la ciudad de Bayz sus habitantes pudieron ver como la misma cúpula de nubes se abrió para dejar un gran vacío en el cielo. De esa puerta apareció una estela dorada que descendió por el aire hasta llegar a esta misma torre. La sagrada criatura estaba herida y con enormes dificultades logró caer sobre este mismo punto de Hann-an. Aquellos de los nuestros que en ese momento se percataron de lo sucedido llegaron hasta aquí para poder verlo. Pese ha estar muy grave, con una gran herida en el pecho, el ave conservaba una elegancia sobrenatural. Sus plumas brillaban con luz propia, un aura que parecía diferenciarla del resto de cosas que llenan el mundo.
>>El sumo sacerdote de la orden, Urusun, pasó un brazo por el cuello del animal. Este reaccionó al tacto y giró levemente su cabeza y Urusun vio unos ojos que mostraban una gran inteligencia. Al ver el rostro del sacerdote, la mirada del águila se llenó de lagrimas y fue en ese instante cuando Urusun oyó claramente, como si le susurraran en su propio oído, una voz profunda que como que venida de ninguna parte le dijo: “Os he encontrado al fin... No todo está perdido”. Tras esto, la mirada del águila se apagó y su cuerpo empezó a esparcirse como llevado por el viento, hasta que no quedó nada de él.
Los Isïr permanecieron en silencio después de escuchar el relato del sumo sacerdote. No encontraban la manera de interpretar aquella leyenda, de como relacionarla con la realidad que estaban viviendo. De como podría ayudarles en la búsqueda de la ansiada espada de Naresh.
Pero ahora se presentaban nuevas perspectivas en el viaje de los Isïr. Tal y como dijeron hacía tiempo, fueron los descubridores si, pero no sólo de las tierras yermas del desierto rojo, sino de la ciudad de Bayz. Y aún de más cosas que escapaban a su propia imaginación.

Nariel despertó tras una terrible pesadilla. Un sudor frío recorría su espalda, sólo cubierta por finos ropajes que la refrescaban frente al insoportable calor de Bayz. Se levantó de su cama y cogió uno de los mantos que utilizaba para frecuentar las calles de la ciudad. Al salir al exterior, sus pasos la condujeron directamente al taller de Thuryan. Pero esta vez, no pudo ver luz que se colara bajo la puerta. Algo confusa, dio media vuelta y se dispuso a volver a casa. En ese instante, oyó unos pasos que se acercaban a ella desde la sombra. Sonriendo, dio media vuelta.
-Buenas noches Thuryan.
En ese momento el rostro del joven que estaba totalmente concentrado en silenciar sus pasos se transformó en una sonrisa cálida, acompañada por la mirada intensa que la sacerdotisa había visto en Thuryan desde el primer día que buscó en sus ojos.
-Siempre lo son cuando me acompañas en las veladas nocturnas.
La conducta de Thuryan para ella siempre había sorprendido a la sacerdotisa. El gran carisma y liderazgo de Nariel siempre había procurado que los demás mostraran con ella un gran respeto. Pero el joven, lejos de no mostrárselo, había llegado a un punto distinto... Era diferente, sentía que estaba cerca de ella pero sin que eso llegara a incomodarla. Por ese motivo, ella también disfrutaba de sus conversaciones nocturnas. Más incluso de lo que ella mismo creía.
-¿Cual es el motivo de que no te encuentre en tu taller? -preguntó Nariel.
-Esta noche no quería seguir con el nuevo proyecto. He pensado en algo mejor. Me preguntaba si... te gustaría acompañarme.
La gran sacerdotisa le miró extrañada. Tenía que ser algo muy poderoso lo que alejara a Thuryan de su trabajo. Con algo de curiosidad asintió.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Capítulo 9.2: Bayz


Ante el asombro que despertó en sus oyentes, que esperaron con impaciencia una explicación, Thuryan guardó silencio y les miró largo rato mientras pensaba lo que iba a decir. Finalmente empezó ha hablar despacio.
-Me encontraba en la muralla cuando aparecisteis de la nada. Escuché que los hombres se daban la voz de alerta y dirigían los cañones hacia las figuras que se aproximaban solitarias a la ciudad. Era poco común que un grupo tan reducido se aventurase a atacar sólo, pero cosas más extrañas aún hemos visto...
>>Esperé con algo de curiosidad que dispararan. Acababa de acoplar una nueva piedra al artilugio y quería comprobar si funcionaba bien. Tal y como imaginé, el torrente de energía salió propulsado con más fuerza de la que tenía antes e impactó con violencia contra el enemigo. Pero fue entonces cuando lo oí. Uno de los atacantes gritó haciendo un sonido poco común. Extrañado, me puse las gafas para verlo aumentado en la distancia y entonces os vi... Rápidamente les hice detener el cañón y mandé una partida de hombres para que os capturaran.
El joven de Bayz observó a los Isïr con aire dubitativo. Escudriñaba sus rostros en busca del perdón por la bienvenida dada, en un intento por que comprendiesen su situación.
Un tensó silencio invadió la sala de nuevo. Hasta que la domadora Shannah tomó la palabra:
-No deberíamos darle más importancia, fue todo una desafortunada confusión. ¿No crees, Valten?
Valten posó sus ojos sobre los de Thuryan. Por un instante, el joven de Bayz sintió el peligro que sobrecogía a sus enemigos cuando este les clavaba la mirada. Finalmente, rió a carcajadas.
-Demasiadas habladurías son estas. No somos diplomáticos por los dioses. Además, hace algo más que esa lucecita para ocasionar daño alguno a un comandante de Ardân.
Ante la fanfarronería de Valten, el resto de los miembros que ocupaban la sala no pudieron evitar unirse también a las risas.

Pasaron los días en la casa de Thuryan. Eredior, el historiador de Bayz tan curioso como su amigo, frecuentaba la casa de este para relacionarse con los Isïr. Podían entenderse, ya que él también conocía la lengua antigua, de hecho, fue él mismo quien enseñó a Thuryan. La compañía alimentaba en gran medida su interés profesional, aunque más cierto aún sería apuntar que poco a poco, al margen de esta motivación gremial, se estaban convirtiendo en buenos amigos.
Por orden de Mardur, el líder de los habitantes de la ciudad, los Isïr estaban a cargo de Thuryan hasta que se decidiera algo acerca de ellos. Mientras tanto, la compañía permanecía un tanto aislada del resto de la población. Por una carta llegada a manos de Thuryan a través de un mensajero, los extranjeros no podían salir del hogar en horas de mayor afluencia de gente. Cuando se les permitiera hacerlo, no podrían estar más de unas horas.
Pese a estas restricciones, los Isïr esperaban con ansia la oportunidad de escabullirse y deambular por las calles de la ciudad. Cuanto más se internaban en el núcleo periférico de Bayz, más fascinante les resultaba. Era tan difícil de describir... Eran tantas las diferencias que habían entre esas gentes y la vida en Ardân que pese ha haber pasado decenas de veces por un mismo lugar, al volver aún descubrían nuevas cosas que llamaban su atención. No obstante, la ciudad presentaba un aspecto deprimente. Desprovista de vegetación, a excepción de los escasos terrenos dedicados al cultivo, Bayz despertaba en los Isïr una sensación claustrofóbica, a la sombra de sus altos muros. Todo parecía estar detenido en un momento preciso del tiempo, en un mismo día, que parecía repetirse cada vez que amanecía. Todo era siempre igual. El cambio, baluarte de la vida, su máxima representación no tenía cabida entre esos muros.
Entendían pues, el comportamiento que los nativos habían tenido y que aún tenían muchos de ellos, con su llegada.

Una de las noches en la casa de Thuryan, Nariel, gran sacerdotisa de Kôr, se levantó del lecho donde descansaba.
Cada día le costaba más conciliar el sueño. Era ese ambiente cargado, yermo, sin vida que en su alma provocaba un vacío. Reía sin ganas, se sentía débil y sin fuerzas. Hastiada, salió de la habitación sin hacer el más ínfimo ruido, buscando el aire más puro del exterior.
En la espesa oscuridad de la noche de Rüen, Nariel subió a una pequeña terraza que daba a la parte superior de la casa. Llevaba varios minutos observando el resto de la ciudad que ahora dormía. Pasadas unas horas, al alba, esa paz se interrumpiría para dar paso a un nuevo día. Las rutinas volverían a llenar sus calles. Un día como todos los otros en Bayz.
Pero algo la distrajo de sus pensamientos. Un sonido metálico, venido de una de las calles contiguas a la casa resonó en la oscuridad. Alertada, Nariel se acercó al borde de la terraza.
Thuryan, el joven investigador de la ciudad, había perdido una de las piezas metálicas que llevaba en brazos. Torpemente intentó liberar una de sus manos para alcanzar la pieza que había caído, como era de esperar, cayeron más y no tuvo otro remedio que dejarlas ahí y volver más tarde.
Nariel sonrió ante la escena. Como la primera vez que lo vio, la necesidad del joven a no dejar de moverse en ninguna circunstancia le dibujaba una leve sonrisa en el rostro, cosa que cada vez que lo veía se repetía.
El joven volvió a recoger las piezas que había perdido en su anterior viaje y se inmerso en una de las casas contiguas a su vivienda. Thuryan trasteaba con extraños artilugios y cántaros que hervían al fuego. Concentrado en su tarea, no se percató de la presencia de Nariel.
-¿No deberías estar durmiendo?
Thuryan sacó al instante la cabeza por encima de todo lo que descansaba sobre la mesa. Al identificarla, relajó sus facciones, tensas tras la repentina aparición.
-No... podía dormir. ¿Que os trae a vos a aquí, Nariel?
-Supongo que lo mismo. -respondió la sacerdotisa.
Hubo un breve silencio, Thuryan recorrió la habitación con su vista hasta que se topó con la mirada de Nariel, la cual sonrió mostrando una dulce sonrisa.
-¿Que haces en este lugar pues? -preguntó la sacerdotisa.
-Trabajo en nuevos usos para la piedra de Mardur.
Apartó de su mesa unos cuantos folios y de uno de los cajones extrajo una piedra de un color azul tenue, que relucía bajo la luz de la estancia. Al mínimo movimiento, el interior de la gema cambiaba su color, dependiendo del distinto angulo de incidencia de la luz.
Maravillada, Nariel tardó varios segundos hasta apartar los ojos de la piedra. Cuando volvió a mirar al joven, este sonreía.
-Gracias a esta pequeña, vivimos aquí en Bayz. Es la fuente de la energía que damos a todas las cosas.
-¿Es un objeto mágico? -preguntó la sacerdotisa.
-¿Que? -dijo Thuryan extrañado – Magia... en ocasiones la ciencia se confunde con ella sin duda, pero todo tiene una explicación.
>> La piedra de Mardur contiene una cantidad de energía increíble en su interior. No sabemos de donde procede, la encontramos cerca de los Muros de Roca, incrustada. La utilizamos para todo en Bayz. Mediante un sistema que canaliza su energía, podemos explotarla llegando a ser una fuente inextinguible de energía. De hecho, desde que mi padre descubrió el modo como aprovecharlas, no se ha tenido que substituir ninguna piedra en toda la ciudad. El sistema eléctrico, calefactor... todo funciona con ellas.
-Y... ¿puedes explicar eso? -le propuso Nariel.
-¡Todo en esta vida tiene una explicación! Absolutamente todo. El hecho de que aún no haya encontrado la fuente de su inagotable energía no quiere decir que no la haya. Probablemente supere la vida decenas de generaciones humanas y por lo tanto, aún no lo hemos llegado a ver...
-No todas las fuerzas de este mundo están bajo nuestro control. De hecho, son pocas las que podemos controlar y son precisamente aquellas que menos fuerza poseen...
Un gesto de incertidumbre se dibujó en el rostro de Thuryan el cual contestó:
-Aún no habéis visto de lo que es capaz. Observad. Si sois tan amable de acompañarme...
-Te lo ruego, deja de usar un trato tan distante. -Thuryan sonrío amablemente y contestó:
-Esta bien, Nariel.
Una de las puertas de la estancia daba al exterior, un patio rodeado de varias construcciones. El joven se dirigió a una de las esquinas donde descansaba, apoyado en la pared, un objeto alargado en forma de bastón. Una lanza. En su punta, como en la del resto de los soldados de la ciudad, brillaba una luz celeste. Thuryan dirigió ese extremo hacia un montón de arena situado en el lado opuesto del patio.
-Ahora verás, Nariel, a lo que me refería.

Fue esa mismo día, al alba, cuando llamó a casa de Thuryan un emisario de Mardur, que traía consigo la orden de llevarse a los extranjeros. A media mañana, los Isïr, en compañía de Eredior y Thuryan, se dirigieron a la plaza donde se reunía la asamblea de la ciudad.
De nuevo sobre su arena y con las localidades repletas de los habitantes y el cuerpo de guardia, el líder de la ciudad, Mardur, volvió a aparecer tras la oscuridad de la balconada.
-El líder os da la bienvenida de nuevo a esta asamblea. -tradujo Thuryan en voz baja para los Isïr.
La compañía dedicó un saludo respetuoso. No tendría el mismo significado para las gentes nativas de la ciudad, pero esperaban que al menos comprendieran que era digno de un personaje tan importante como el máximo dirigente de Bayz. Mientras seguía hablando, Thuryan traducía al mismo tiempo.
-Tras días de discusiones y debate, hemos decidido en primer lugar, que debéis ser tratados con la misma hospitalidad que cualquier habitante de Bayz. Son grandes nuestras diferencias, aunque son aún más marcadas nuestras similitudes y es por este hecho que os consideramos cercanos a nosotros y merecedores de ese derecho. Pese a todo, seguiréis bajo vigilancia. Pues aún desconocemos vuestras intenciones...
>>Thuryan nos ha mantenido al corriente de vuestra situación, y nos ha informado en gran medida de lo ocurrido. Pero, decidme ¿De verdad es tan ciega esa fe que os conduce a buscar esa espada sin estar seguros de su existencia? Por no mencionar el hecho, de que una sola espada no aseguraría para nada...
Antes de que terminara de hablar, Katne dio un paso al frente e interrumpió a Mardur con brusquedad.
-¡Existe! No puede ser de otra forma. No nos habríamos aventurado a salir de Ardân, a pasar por todas las dificultades... - y apretando con fuerza el mango de la espada de Sayrz, prosiguió -a perder todo lo que hemos perdido. No por una simple corazonada... Hay algo, una fuerza que nos empuja a seguir adelante, con la certeza de que seguimos el camino correcto.
Cuando Thuryan terminó de traducir las palabras del joven arquero, Mardur empezó a reír con una carcajada que llenó toda la plaza. Su voz recia resonó cuando continuó en un tono más elevado.
-¡Que habría sido de la gran Bayz si nos hubiéramos dejado guiar por antiguas leyendas! Se mezcla en mi una admiración por vosotros y a la vez una total tristeza, pues no puedo evitar pensar que debéis estar cerca de la locura. Mucho tiempo vagando por las tierras rojas...
Las palabras del líder de la ciudad de Bayz golpearon con fuerza la fe de los Isïr, esa fe que los había llevado tan lejos, sin siquiera vacilar un segundo en el buen fin de su empresa. Pero ahora, rodeados de todo ese gentío, que los observaba y se reía de ellos entre susurros, se planteaban si realmente Mardur podría llevar razón. Más aún, cuando no llegaron a ver con sus propios ojos la espada de Naresh.
-Que vosotros neguéis el pasado, no justifica que nos neguéis a nosotros su veracidad. -dijo Hlenn con estas palabras -una de las cosas más dispares que he visto entre nuestras dos culturas es esta, ha desaparecido de vuestras vidas el respeto y la veneración de lo sagrado, de la misma vida. Todo ha parecido quedar atrás para dar paso a un mundo vestido con hierro, polvo... y esa piedra.
Mardur quedó sorprendido ante las palabras de la arquera. Pero no fueron tanto sus palabras sino como lo fue el brillo que destilaron sus ojos. Esa chispa que sólo tienen aquellos que en su poder albergan una poderosa verdad, una por la que pueden llegar a luchar contra quien sea y contra lo que sea. Mardur observó los rostros de los Isïr, llenos de ese poderoso orgullo. El honor que hacia tanto tiempo que había desaparecido entre las gentes de Bayz, un difícil camino que seguir cuando urge la supervivencia. Impresionado por esos extranjeros, Mardur alzó su mano y apuntó con ella hacia una construcción colosal que se levantaba en el centro de la ciudad.
-Hay algo entonces sacerdotisa que vos y vuestros compañeros deberíais ver.