jueves, 2 de diciembre de 2010

Capítulo 9.2: Bayz


Ante el asombro que despertó en sus oyentes, que esperaron con impaciencia una explicación, Thuryan guardó silencio y les miró largo rato mientras pensaba lo que iba a decir. Finalmente empezó ha hablar despacio.
-Me encontraba en la muralla cuando aparecisteis de la nada. Escuché que los hombres se daban la voz de alerta y dirigían los cañones hacia las figuras que se aproximaban solitarias a la ciudad. Era poco común que un grupo tan reducido se aventurase a atacar sólo, pero cosas más extrañas aún hemos visto...
>>Esperé con algo de curiosidad que dispararan. Acababa de acoplar una nueva piedra al artilugio y quería comprobar si funcionaba bien. Tal y como imaginé, el torrente de energía salió propulsado con más fuerza de la que tenía antes e impactó con violencia contra el enemigo. Pero fue entonces cuando lo oí. Uno de los atacantes gritó haciendo un sonido poco común. Extrañado, me puse las gafas para verlo aumentado en la distancia y entonces os vi... Rápidamente les hice detener el cañón y mandé una partida de hombres para que os capturaran.
El joven de Bayz observó a los Isïr con aire dubitativo. Escudriñaba sus rostros en busca del perdón por la bienvenida dada, en un intento por que comprendiesen su situación.
Un tensó silencio invadió la sala de nuevo. Hasta que la domadora Shannah tomó la palabra:
-No deberíamos darle más importancia, fue todo una desafortunada confusión. ¿No crees, Valten?
Valten posó sus ojos sobre los de Thuryan. Por un instante, el joven de Bayz sintió el peligro que sobrecogía a sus enemigos cuando este les clavaba la mirada. Finalmente, rió a carcajadas.
-Demasiadas habladurías son estas. No somos diplomáticos por los dioses. Además, hace algo más que esa lucecita para ocasionar daño alguno a un comandante de Ardân.
Ante la fanfarronería de Valten, el resto de los miembros que ocupaban la sala no pudieron evitar unirse también a las risas.

Pasaron los días en la casa de Thuryan. Eredior, el historiador de Bayz tan curioso como su amigo, frecuentaba la casa de este para relacionarse con los Isïr. Podían entenderse, ya que él también conocía la lengua antigua, de hecho, fue él mismo quien enseñó a Thuryan. La compañía alimentaba en gran medida su interés profesional, aunque más cierto aún sería apuntar que poco a poco, al margen de esta motivación gremial, se estaban convirtiendo en buenos amigos.
Por orden de Mardur, el líder de los habitantes de la ciudad, los Isïr estaban a cargo de Thuryan hasta que se decidiera algo acerca de ellos. Mientras tanto, la compañía permanecía un tanto aislada del resto de la población. Por una carta llegada a manos de Thuryan a través de un mensajero, los extranjeros no podían salir del hogar en horas de mayor afluencia de gente. Cuando se les permitiera hacerlo, no podrían estar más de unas horas.
Pese a estas restricciones, los Isïr esperaban con ansia la oportunidad de escabullirse y deambular por las calles de la ciudad. Cuanto más se internaban en el núcleo periférico de Bayz, más fascinante les resultaba. Era tan difícil de describir... Eran tantas las diferencias que habían entre esas gentes y la vida en Ardân que pese ha haber pasado decenas de veces por un mismo lugar, al volver aún descubrían nuevas cosas que llamaban su atención. No obstante, la ciudad presentaba un aspecto deprimente. Desprovista de vegetación, a excepción de los escasos terrenos dedicados al cultivo, Bayz despertaba en los Isïr una sensación claustrofóbica, a la sombra de sus altos muros. Todo parecía estar detenido en un momento preciso del tiempo, en un mismo día, que parecía repetirse cada vez que amanecía. Todo era siempre igual. El cambio, baluarte de la vida, su máxima representación no tenía cabida entre esos muros.
Entendían pues, el comportamiento que los nativos habían tenido y que aún tenían muchos de ellos, con su llegada.

Una de las noches en la casa de Thuryan, Nariel, gran sacerdotisa de Kôr, se levantó del lecho donde descansaba.
Cada día le costaba más conciliar el sueño. Era ese ambiente cargado, yermo, sin vida que en su alma provocaba un vacío. Reía sin ganas, se sentía débil y sin fuerzas. Hastiada, salió de la habitación sin hacer el más ínfimo ruido, buscando el aire más puro del exterior.
En la espesa oscuridad de la noche de Rüen, Nariel subió a una pequeña terraza que daba a la parte superior de la casa. Llevaba varios minutos observando el resto de la ciudad que ahora dormía. Pasadas unas horas, al alba, esa paz se interrumpiría para dar paso a un nuevo día. Las rutinas volverían a llenar sus calles. Un día como todos los otros en Bayz.
Pero algo la distrajo de sus pensamientos. Un sonido metálico, venido de una de las calles contiguas a la casa resonó en la oscuridad. Alertada, Nariel se acercó al borde de la terraza.
Thuryan, el joven investigador de la ciudad, había perdido una de las piezas metálicas que llevaba en brazos. Torpemente intentó liberar una de sus manos para alcanzar la pieza que había caído, como era de esperar, cayeron más y no tuvo otro remedio que dejarlas ahí y volver más tarde.
Nariel sonrió ante la escena. Como la primera vez que lo vio, la necesidad del joven a no dejar de moverse en ninguna circunstancia le dibujaba una leve sonrisa en el rostro, cosa que cada vez que lo veía se repetía.
El joven volvió a recoger las piezas que había perdido en su anterior viaje y se inmerso en una de las casas contiguas a su vivienda. Thuryan trasteaba con extraños artilugios y cántaros que hervían al fuego. Concentrado en su tarea, no se percató de la presencia de Nariel.
-¿No deberías estar durmiendo?
Thuryan sacó al instante la cabeza por encima de todo lo que descansaba sobre la mesa. Al identificarla, relajó sus facciones, tensas tras la repentina aparición.
-No... podía dormir. ¿Que os trae a vos a aquí, Nariel?
-Supongo que lo mismo. -respondió la sacerdotisa.
Hubo un breve silencio, Thuryan recorrió la habitación con su vista hasta que se topó con la mirada de Nariel, la cual sonrió mostrando una dulce sonrisa.
-¿Que haces en este lugar pues? -preguntó la sacerdotisa.
-Trabajo en nuevos usos para la piedra de Mardur.
Apartó de su mesa unos cuantos folios y de uno de los cajones extrajo una piedra de un color azul tenue, que relucía bajo la luz de la estancia. Al mínimo movimiento, el interior de la gema cambiaba su color, dependiendo del distinto angulo de incidencia de la luz.
Maravillada, Nariel tardó varios segundos hasta apartar los ojos de la piedra. Cuando volvió a mirar al joven, este sonreía.
-Gracias a esta pequeña, vivimos aquí en Bayz. Es la fuente de la energía que damos a todas las cosas.
-¿Es un objeto mágico? -preguntó la sacerdotisa.
-¿Que? -dijo Thuryan extrañado – Magia... en ocasiones la ciencia se confunde con ella sin duda, pero todo tiene una explicación.
>> La piedra de Mardur contiene una cantidad de energía increíble en su interior. No sabemos de donde procede, la encontramos cerca de los Muros de Roca, incrustada. La utilizamos para todo en Bayz. Mediante un sistema que canaliza su energía, podemos explotarla llegando a ser una fuente inextinguible de energía. De hecho, desde que mi padre descubrió el modo como aprovecharlas, no se ha tenido que substituir ninguna piedra en toda la ciudad. El sistema eléctrico, calefactor... todo funciona con ellas.
-Y... ¿puedes explicar eso? -le propuso Nariel.
-¡Todo en esta vida tiene una explicación! Absolutamente todo. El hecho de que aún no haya encontrado la fuente de su inagotable energía no quiere decir que no la haya. Probablemente supere la vida decenas de generaciones humanas y por lo tanto, aún no lo hemos llegado a ver...
-No todas las fuerzas de este mundo están bajo nuestro control. De hecho, son pocas las que podemos controlar y son precisamente aquellas que menos fuerza poseen...
Un gesto de incertidumbre se dibujó en el rostro de Thuryan el cual contestó:
-Aún no habéis visto de lo que es capaz. Observad. Si sois tan amable de acompañarme...
-Te lo ruego, deja de usar un trato tan distante. -Thuryan sonrío amablemente y contestó:
-Esta bien, Nariel.
Una de las puertas de la estancia daba al exterior, un patio rodeado de varias construcciones. El joven se dirigió a una de las esquinas donde descansaba, apoyado en la pared, un objeto alargado en forma de bastón. Una lanza. En su punta, como en la del resto de los soldados de la ciudad, brillaba una luz celeste. Thuryan dirigió ese extremo hacia un montón de arena situado en el lado opuesto del patio.
-Ahora verás, Nariel, a lo que me refería.

Fue esa mismo día, al alba, cuando llamó a casa de Thuryan un emisario de Mardur, que traía consigo la orden de llevarse a los extranjeros. A media mañana, los Isïr, en compañía de Eredior y Thuryan, se dirigieron a la plaza donde se reunía la asamblea de la ciudad.
De nuevo sobre su arena y con las localidades repletas de los habitantes y el cuerpo de guardia, el líder de la ciudad, Mardur, volvió a aparecer tras la oscuridad de la balconada.
-El líder os da la bienvenida de nuevo a esta asamblea. -tradujo Thuryan en voz baja para los Isïr.
La compañía dedicó un saludo respetuoso. No tendría el mismo significado para las gentes nativas de la ciudad, pero esperaban que al menos comprendieran que era digno de un personaje tan importante como el máximo dirigente de Bayz. Mientras seguía hablando, Thuryan traducía al mismo tiempo.
-Tras días de discusiones y debate, hemos decidido en primer lugar, que debéis ser tratados con la misma hospitalidad que cualquier habitante de Bayz. Son grandes nuestras diferencias, aunque son aún más marcadas nuestras similitudes y es por este hecho que os consideramos cercanos a nosotros y merecedores de ese derecho. Pese a todo, seguiréis bajo vigilancia. Pues aún desconocemos vuestras intenciones...
>>Thuryan nos ha mantenido al corriente de vuestra situación, y nos ha informado en gran medida de lo ocurrido. Pero, decidme ¿De verdad es tan ciega esa fe que os conduce a buscar esa espada sin estar seguros de su existencia? Por no mencionar el hecho, de que una sola espada no aseguraría para nada...
Antes de que terminara de hablar, Katne dio un paso al frente e interrumpió a Mardur con brusquedad.
-¡Existe! No puede ser de otra forma. No nos habríamos aventurado a salir de Ardân, a pasar por todas las dificultades... - y apretando con fuerza el mango de la espada de Sayrz, prosiguió -a perder todo lo que hemos perdido. No por una simple corazonada... Hay algo, una fuerza que nos empuja a seguir adelante, con la certeza de que seguimos el camino correcto.
Cuando Thuryan terminó de traducir las palabras del joven arquero, Mardur empezó a reír con una carcajada que llenó toda la plaza. Su voz recia resonó cuando continuó en un tono más elevado.
-¡Que habría sido de la gran Bayz si nos hubiéramos dejado guiar por antiguas leyendas! Se mezcla en mi una admiración por vosotros y a la vez una total tristeza, pues no puedo evitar pensar que debéis estar cerca de la locura. Mucho tiempo vagando por las tierras rojas...
Las palabras del líder de la ciudad de Bayz golpearon con fuerza la fe de los Isïr, esa fe que los había llevado tan lejos, sin siquiera vacilar un segundo en el buen fin de su empresa. Pero ahora, rodeados de todo ese gentío, que los observaba y se reía de ellos entre susurros, se planteaban si realmente Mardur podría llevar razón. Más aún, cuando no llegaron a ver con sus propios ojos la espada de Naresh.
-Que vosotros neguéis el pasado, no justifica que nos neguéis a nosotros su veracidad. -dijo Hlenn con estas palabras -una de las cosas más dispares que he visto entre nuestras dos culturas es esta, ha desaparecido de vuestras vidas el respeto y la veneración de lo sagrado, de la misma vida. Todo ha parecido quedar atrás para dar paso a un mundo vestido con hierro, polvo... y esa piedra.
Mardur quedó sorprendido ante las palabras de la arquera. Pero no fueron tanto sus palabras sino como lo fue el brillo que destilaron sus ojos. Esa chispa que sólo tienen aquellos que en su poder albergan una poderosa verdad, una por la que pueden llegar a luchar contra quien sea y contra lo que sea. Mardur observó los rostros de los Isïr, llenos de ese poderoso orgullo. El honor que hacia tanto tiempo que había desaparecido entre las gentes de Bayz, un difícil camino que seguir cuando urge la supervivencia. Impresionado por esos extranjeros, Mardur alzó su mano y apuntó con ella hacia una construcción colosal que se levantaba en el centro de la ciudad.
-Hay algo entonces sacerdotisa que vos y vuestros compañeros deberíais ver.

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