martes, 1 de febrero de 2011

Capítulo 10.2. Una nueva esperanza


Nariel siguió los pasos del joven por entre las calles y recovecos de Bayz. Tras una breve travesía entre la ciudad de hierro, llegaron a una pequeño claro presidido en el centro por una formación rocosa. Cuando agudizo la vista, dificultada por la oscuridad del cielo nocturno de Rüen, la gran sacerdotisa pudo divisar una entrada a la enorme piedra que se abría a través de una grieta. Por la dirección que tomaban sus pasos, Thuryan tenía intención de adentrarse en al cueva. Nariel se mantuvo en silencio, expectante para comprender al fin cuales eran sus intenciones. Nada más cruzar el umbral de la cueva, un húmedo frío lamió la piel de la sacerdotisa, que agradeció el contraste de temperatura con el de la ciudad, tan asfixiante. La oscuridad era total y en cuanto se adentraron unos pasos hacia su interior tuvieron que pararse por completo porque no veían más allá de unos pocos metros. Thuryan sacó entonces un pequeño fragmento de la piedra de Mardur que colocó entre dos piezas de metal deformadas creando una forma cónica. De ese modo, la luz de la piedra salía proyectada hacia adelante abarcando mayor distancia.
La luz de Mardur descubrió una estrecha escalera que conducía hacia abajo. Thuryan, sonriendo calidamente a la sacerdotisa, extendió su mano para que la acompañara tras él. Mientras bajaban los altos peldaños esculpidos en la propia piedra, Nariel rompió finalmente el silencio que los había acompañado:
-¿Qué es este lugar? -se limitó a preguntar.
-Pronto lo verás. -repondió Thuryan con aire misterioso -Muy pocas personas en Bayz son conscientes de su existencia, por eso probablemente aún exista tal y como se construyó.
Pasaron unos minutos más de travesía hasta llegar al final de la escalera. Thuryan, que era algo más alto que Nariel dio media vuelta y apoyó sus brazos contra los dos extremos del angosto paso que los había llevado hasta allí, ocultando con su cuerpo la visión del interior de una cámara que se extendía tras él. Con un rápido movimiento, se giró hacia la sacerdotisa y quedando a escasos centímetros de su rostro le dijo:
-Espero que te guste.
Cuando Thuryan se apartó por fin de la entrada, Nariel pudo contemplar lo que parecía ser un santuario. Entre el escarpado suelo de la cueva, decenas de pequeñas bañeras naturales hacían mecerse con armonía el agua cristalina de su interior. La luz que iluminaba la estancia, de un verde oscuro que nacía en unos cristales de forma romboidal, se mezclaba con el líquido del interior de las piscinas, creando sobre el techo lleno de estalactitas un bello efecto de luces que seguía el movimiento del agua. La gran sacerdotisa se adentró un poco más en la cámara y cruzó una pasarela custodiada por el agua a ambos lados. En el final de la habitación, a una distancia considerable, vio una imagen que le resultó familiar. Un objeto que llamaba su atención por encima de todo lo demás y que la tentaba a acercarse.
A sólo unos pasos de ella, Nariel se arrodilló frente a ella mientras sonreía.
Mientras tanto, Thuryan la seguía por todo su recorrido dentro de la cámara. Sorprendido por la reacción de la gran sacerdotisa de Kôr. Espero varios minutos en silencio, observándola con el sonido de fondo del agua filtrándose entre las rocas. Tras unos minutos, Nariel abrió los ojos lentamente, y dirigió la mirada hacia su acompañante. Este cuando se percató, hizo ver que miraba distraidamente la estatua que momentos antes, Nariel veneraba.
-La diosa Kôr -anunció la sacerdotisa.
-Es... tu diosa ¿no? -le preguntó Thuryan dubitativo.
-Sí que lo es.
El rostro del joven se iluminó. Abrió la boca para decir algo más, pero se abstuvo. Finalmente, tras un breve silencio añadió:
-Pregunté a Eredior sobre los antiguos dioses y... sobre al que tu rendías culto. Por eso pensé que te agradaría verlo.
-Es precioso -respondió Nariel.
Thuryan se vio abrumado por el agradecimiento de Nariel. Tuvo que mantener un breve silencio interrumpido únicamente por los riachuelos de agua antes de poder seguir.
-Vengo aquí algunas veces, cuando necesito pensar. Incluso alguna vez, he mirado esta de un modo distinto a lo que siempre había hecho. ¿Quién sabe...?
El frecuente silencio que estaba llenando el fondo de la conversación volvió ha reinar durante unos instantes antes de que Thuryan dijese:
-Parece que las grandes fuerzas que rigen este mundo no ignoran todo lo que pedimos.
Nariel no tardó en comprender el trasfondo que las palabras de Thuryan traían consigo.
-Pensé que en Bayz, a excepción de los sacerdotes de la torre de Hann-an, nadie creía ya en los dioses ni en la magia.
-Y era así hasta hace poco... -la voz de Thuryan fue apagándose a medida que hablaba.
Se quedó mirando al suelo, cabizbajo sin ser capaz de ordenar sus propios pensamientos. Cuando alzó la vista, se topó con los ojos de Nariel, que le observaban con ese brillo inteligente que los caracterizaba. Algo le impulsó a seguir hablando.
-Quizás tuvieras razón... Quizás no todo lo que ocurre, lo que pensamos o sentimos pueda explicarse. Empiezo a creer, que algunas cosas ocurren sin que en ocasiones lleguemos a entender lo poderosas que pueden ser.


Un grito ahogado por la distancia la despertó sobresaltada de su sueño. Reconoció rápidamente su nueva habitación, la única que había conocido desde que partió de Ardân. Se levantó y puso rumbo al lugar de procedencia del ruido. Cuando llegó, pudo ver como Katne forcejeaba con Hlenn, que al parecer tenía en su mano una torta dulce.
-¡Habías dicho que me la darías! -le dijo este intentando llegar a la mano de la sacerdotisa.
-Te mentí -respondió burlona -Y no te la pienso dar.
Con un rápido movimiento, Hlenn se comió de un bocado el objeto deseado por el arquero. Con la decepción plasmada en su rostro, Katne pudo ver como la masticaba gustosamente y después reía a carcajadas cuando ya se la hubo terminado.
-Mi torta...
-¡Oh! Vamos ya te habías comido seis como esa -le recriminó Shannah ante su victimismo.
La conversación pronto pasó a otro plano cuando Thuryan apareció por la puerta. Venía vestido con las ropas que utilizaba para salir a la calle.
-Buenos días a todos.
Los Isïr, que estaban sentados alrededor de la mesa acabando con las existencias del joven investigador, le devolvieron el saludo. Yannâ le hizo rápidamente un sitio en uno de los bancos que Thuryan aceptó de buen grado. Nariel lo observó con detenimiento desde el marco de la puerta. El chico sonreía y hablaba agitadamente, como era costumbre en él. Recordó la actitud totalmente distinta que había tenido en el santuario de Kôr la noche anterior y sobretodo sus palabras, cargadas de esa intensidad que transmitió a través de su mirada: “ Empiezo a creer, que algunas cosas ocurren sin que en ocasiones lleguemos a entender lo poderosas que pueden ser”. ¿Qué habría querido decir con eso? La llegada de los Isïr a su vida podría haber alterado su juicio sobre las antiguas creencias. Pero por otro lado, ya conocía a los sacerdotes de Hann-an... De repente, algo la sacó de sus pensamientos.
-¿Nos acompañas, Nariel? -dijo una voz desde la mesa.
Era Yannâ, que le señalaba el suculento banquete para desayunar. Sin darse cuenta, había pasado varios minutos de pie, abstraída del resto del mundo.
-Sí, por supuesto.
No era propio de ella. Por muy peligrosa, extraña o tranquila que fuese una situación, nada lograba anular los precisos pensamientos de la gran sacerdotisa. Ese chico, era una persona totalmente diferente a las que había conocido antes. Despertaba en ella gran curiosidad...
Río para sí, de la atención excesiva que le estaba prestando y una vez más, alejó su mente de las conversaciones que mantenían sus compañeros en la mesa para dedicarse a pensar en otros asuntos que requerían mayor urgencia.

La mañana avanzó en la casa de Thuryan. Algunos de los Isïr ayudaban al joven a limpiar todos los platos y vasos utilizados para el desayuno. Mientras tanto, otros barrían o fregaban el suelo de la casa. El hecho de que tantas personas vivieran en una misma residencia prácticamente obligaba a todas ellas colaborar puesto que de no hacerlo, sería un caos constante de ropas, restos de comidas y cenas por todas partes.
Con todos ocupados en esos quehaceres, alguien llamó a la puerta. Fue Valten el primero que se acercó a abrirla, pensando en Eredior como la persona más probable que se encontrara tras la puerta. Pero pronto se percató de que no era así. Tres guardias de la ciudad le miraron extrañados cuando este abrió la puerta y le vieron con un pañuelo blanco, lleno de polvo, atado a la frente.
-Tenemos un mensaje para Thuryan. -dijo uno de los soldados con sequedad.
Valten miró a los tres sin decir una palabra, con los ojos cargados de odio. Se adentró con calma al interior de la casa. Aún no había perdonado el trato que le dieron aquellos individuos con su llegada. Ni lo perdonaría jamás...
Thuryan atendió a los soldados con amabilidad hasta que estos se fueron. Cuando cerró la puerta, se apoyo contra esta con aire pensativo. Los Isïr, que permanecían expectantes a alguna aclaración por su parte, no pudieron esperar y preguntaron finalmente a Thuryan.
-Mardur os llama de nuevo a su presencia esta misma tarde.

Volvían a encontrarse en la misma plaza donde se reunían los habitantes de Bayz. Era hasta cierto punto cómico, puesto que la situación había comenzado ha hacerse familiar para muchos de los Isïr. Como de costumbre, pasaron varios minutos antes de que Mardur, el líder de la ciudad, ocupara su puesto en la balconada. Thuryan de nuevo, esperaba a un lado de los aventureros para traducir lo que este dijera.
-Os hemos reunido de nuevo por que ya hemos tomado una decisión respecto a vosotros. Vuestras intenciones han sido, tal y como prometisteis pacíficas. Después de convivir con nosotros, consideramos que no sois una amenaza para Bayz.
Entre las gentes que llenaban las localidades de la plaza pareció iniciarse un murmullo de aprobación. Las semanas que habían pasado desde el primer encuentro con las gentes de Bayz habían dado la razón a los Isïr, los cuales, poco a poco, se mezclaban en el día a día de sus habitantes. Aún no dominaban el idioma y estarían muy lejos de hacerlo, pero cierto era que los nativos se habían acostumbrado a su presencia. Volvió el silencio de nuevo cuando el líder de la ciudad siguió hablando.
-Podréis quedaros en la ciudad. Resguardaros, al igual que nosotros, tras los muros de Bayz que tanto tiempo nos han protegido de los enemigos.
Un aplauso en favor de los nuevos habitantes de la ciudad se inició en uno de los extremos de las gradas. Pronto se extendió por toda la circunferencia del gentío. Los Isïr observaron con asombro el aprecio que aquellas gentes, hurañas y reservadas desde el principio, habían terminado por ofrecerles. Pero, en medio del revuelo, una atronadora voz se alzó sobre el aplauso haciéndolo a su vez silenciarlo.
-¿Eso quiere decir que nos ayudarás en nuestra busca de la espada? -dijo Valten dando un paso al frente.
Thuryan le observó con los ojos abiertos por la sorpresa, dudando de si tendría que traducir esa parte. Al ver que no lo hacía, Valten se giró hacia el joven, inquiriendo con la mirada que así lo hiciera. Vacilante, finalmente se resignó.
Para sorpresa de los Isïr, no fue ira lo que advirtieron en la reacción de Mardur, sino cansancio. El hombre permanecía en silencio, observándolos a todos distraidamente. Finalmente habló:
-Veo que no vais a resignaros a quedaros aquí, a salvo. A disfrutar de la hospitalidad que os ofrecemos.
-Así es -respondió Katne.
-En ese caso... No hay nada que podamos hacer por vosotros. No nos involucran vuestras leyendas ni vuestros dioses.
Esta vez fue Shannah quien se dirigió a Mardur.
-Solo os pedimos soldados que nos ayuden en el paso de Ostrang, solos no podemos enfrentarnos a tantos enemigos.
-Mira nuestro pueblo. Vivimos gracias a nuestra fuerza y determinación. Si pudimos vivir cuando... si aguantamos el azote de los trece fue porque no creímos en el favor de los dioses, nos encerramos tras estos muros. Confiamos en nuestra propia fuerza, no en la de ellos.
>>Fuimos en contra de toda Rüen y eso es lo que nos permitió sobrevivir. No vamos a entregaros a los hombres que nos defienden para que mueran en una batalla sin sentido y dejar expuesta nuestra ciudad.
La rabia y la ira empezaron a apoderarse de los corazones de los Isïr. Parecía imposible que entre tanto sufrimiento y penalidades que los supervivientes habían pasado para contener a los takhä, no decidiesen ayudarlos para, al fin, abandonar la crítica situación que vivían. Liberarse de esos muros que eran a la vez que su seguridad, su prisión. Pero era inútil. Las gentes de Bayz no atendían a cualquier cosa que sus ojos no pudieran ver. Estaban encerrados en sus convicciones. Prisioneras como ellos mismos lo estaban tras esos colosales muros de hierro.
Nariel observaba con tristeza como algunos de sus compañeros discutían a voces con Mardur, en un fútil intento por hacerle cambiar de opinión. Finalmente, la gran sacerdotisa se acercó al centro de la plaza, y se giró para posar una mano sobre el hombro del general Valten, el cual en ese momento gritaba.
-Dejalo comandante, no conseguiremos nada.
La voz de la sacerdotisa sonó tan dulce en el oído del guerrero que no pudo evitar prestarle atención. El guerrero escupió en el suelo de arena y retrocedió unos pasos hasta encontrarse con el resto de sus compañeros. Algo más calmados, iniciaron una rápida discusión entre ellos. Hablaron durante unos minutos, sin alzar excesivamente el tono de voz.
Thuryan esperó alejado del circulo que estos habían establecido para hablar entre ellos. Había pasado las últimas semanas totalmente integrado entre los Isïr, pero en cierta manera se sentía fuera del grupo. El deber, en cierta forma sagrado que ellos tenían, lo alejaba con fuerza de ellos. Tras unos minutos, el joven vio como el circulo se disolvía y Nariel, que hacia con frecuencia de representante de la compañía, se adelantó al resto.
Desde que habían entrado en la plaza aquella tarde, Thuryan había temido lo que justo estaba a punto de ocurrir. No podía soportar esa idea, por alguna razón... Finalmente la gran sacerdotisa Nariel dijo con convicción inquebrantable:
-Os damos las gracias en nombre de los Isïr y de la propia Ardân por vuestra hospitalidad. Pero no permaneceremos en este lugar por más tiempo. Partiremos mañana al alba.

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