martes, 29 de junio de 2010

Capítulo 5: Carrera (5.2.)


La domadora hizo lo que su compañera Yannâ pidió. Extendendo el brazo derecho, dibujo en el aire un arco. Al instante, surgió en las patas del dragón una gran llama de un azul intenso. El fuego ocupó una extensa área y cuando la bestia se dispuso a avanzar hacia las tres mujeres, este le hizo rugir de dolor cuando empezó a trepar por sus fauces. Como acto reflejo, el dragón de dos cabezas extendió sus enormes alas para darse impulso y alejarse de las llamas:
-¡Maldita sea!-gritó Shannah exhausta mientras dejaba que el fuego se consumiera.
-Es perfecto. -puntualizó Yannâ para sorpresa de sus compañeras. -¡Hlenn ahora esta su cuello a tiro!
La arquera levantó la vista y tal y como había dicho la sacerdotisa, la parte más débil del dragón había quedado al descubierto.
Eso era. Ese era el motivo por el cual necesitaba que se alejara del suelo. Con renovadas esperanzas, Hlenn, la sacerdotisa de ojos azules, disparó al cuello de una de las cabezas. La flecha se hundió en la carne del animal hasta que sólo quedó visible las plumas que formaban la sagita en su parte posterior.
De lo que fue en un principio un rugido ensordecedor, el ataque de Hlenn provocó que se convirtiera en un gruñido ahogado, sin fuerza y que mostraba a la bestia indefensa. Agitando las patas con violencia, de un lado a otro a causa del dolor, el dragón cayó pesadamente al suelo apoyando únicamente sus patas traseras. La cabeza intacta aún observaba con rabia a las tres mujeres pero la otra, malherida, cayó rendida ante la figura que se encontraba más próxima, Yannâ.
El animal no dudó en lanzarle con violencia un zarpazo. La sacerdotisa retrocedió dando un pequeño salto hacia atrás, evitando con frialdad el golpe que pasó a escasos centímetros de su pierna:
-Desde aquí, yo te podré herir. Pero desgraciadamente para ti, estoy fuera de alcance...
La bestia alada volvió a lanzar otro golpe pero este sólo consiguió hendir el aire:
-Te tengo. -dijo la sacerdotisa de Kur mientras alzaba la larga espada en el aire y con un movimiento de una increíble limpieza, seccionó la cabeza herida de la bestia.
El animal se retorció con violencia en la estrechez del camino, provocando que piedras y rojizos árboles se desmenuzarán como si fueran papel. Pronto los furiosos rugidos que lanzaba al aire se convirtieron en llamaradas que lanzaba en todas direcciones:
-¡Vayámonos rápido! -gritó Yannâ mientras asía a una de sus compañeras por el antebrazo hacia la frondosa vegetación que ocupaba los laterales del sendero.


-¡No enciendas un fuego! Aquí nos verían a kilómetros. -le dijo Sayrz a Katne mientras apagaba con el pie una pequeña llama que había iniciado el arquero:
-¿Y vamos a comernos esto crudo? -contestó indignado cuando le mostraba al comandante espadachín un animal que había cazado y que ahora sostenía por las patas.
-Pues sí Katne... -contestó Sayrz y tras enmudecer unos segundos añadió- Eso ahora no es la mayor de nuestras preocupaciones...
El comandante se levantó y se alejó unos pasos de entre el grupo de soldados y sacerdotisas que le habían acompañado a lo largo del día en su huida del dragón.
La noche les había alcanzado cuando aún no habían atravesado la cordillera de Kalim y los soldados y las sacerdotisas de Kor, junto con algunas de Kur, habían decidido instalarse en la parte elevada de una de las montañas con el fin de divisar a la bestia.
Habían cruzado durante la jornada ya tres montañas, a toda prisa tras los imprevistos que les obligaron a hacerlo.
La luz de la luna apenas iluminaba las tierras rojas y era muy difícil ver algo con claridad cuando se ponía el sol. Sólo la silueta de los picos escarpados dejaban entrever la majestuosidad de la cordillera.
Esa imagen hizo que le pudiera el desanimo al joven comandante Sayrz. Algunos de los miembros de la compañía aún seguían allí, expuestos a las dificultades de la noche, de los enemigos...
Un sonido lo sacó de sus pensamientos y le erizó la piel. Ante el súbito peligro, desenvainó su fiel espada. El resto de los que acampaban en la cima de la montaña hicieron lo mismo con rapidez y se pusieron en guardia para enfrentarse al enemigo que se acercaba. De entre las sombras del camino más próximo, una figura a lomos de un caballo se dirigía hacia ellos con parsimonia. Una vez que estuvo cerca, distinguieron al soldado Deimos:
-Que recibimiento... -dijo el soldado al ver todas las armas que se apuntaban hacia él.
Al escuchar la voz del espadachín, dejaron la guardia y volvieron a tomar asiento sobre las piedras. Sólo los dos comandantes Katne y Sayrz decidieron acercarse a Deimos:
-Vaya es una suerte que estés bien -dijo Katne mientras se colgaba el arco de nuevo a la espalda.
-Sí... y al parecer al resto del grupo también le entusiasma. -contesto el espadachín mientras sonreía amargamente.
Los dos comandantes optaron por guardar silencio ante las palabras de Deimos. El comandante de la compañía de arqueros de Ardân dio media vuelta y se dirigió al resto:
-En cuanto amanezca seguiremos nuestra partida para salir de las montañas... No podemos detenernos, así que confiemos en que el resto de nuestros aliados sean capaces de darnos alcance...

Durante el transcurso de la noche, el grupo se dividió en tres turnos de guardia con dos miembros en cada una para velar por su seguridad en caso de un ataque inesperado. Para alivio de todos, las horas transcurrieron con tranquilidad y no hubo ninguna complicación mientras intentaban reponer fuerzas.
Pero pese al silencio de la noche, la intranquilidad reinó entre los miembros del grupo ya que habían perdido a una gran parte de la compañía. De no volver a aparecer, fracasarían...

Con la primera luz del día, tal como dijo Katne, se pusieron en marcha con el fin de atravesar las montañas.
La jornada se presentó larga, con muchas situaciones en las que los viajeros tuvieron que recurrir a su ingenio para atravesar las dificultades que presentaba el camino, saltos de agua, laderas escarpadas...
A medida que avanzaban, los viajeros contemplaban con mayor desanimo como era menos probable que se reencontraran con resto de la compañía. Las conversaciones y las risas que solían acompañar al lgrupo habían desaparecido para dejar paso al silencio y las quejas.
Decidieron disminuir el ritmo de la marcha. En la espera de que les dieran alcance, de nuevo el sol empezó a ponerse tras la gran cordillera de Kalim. La ruta que habían tomado en dirección noroeste dejaba ya a la vista el final de la meseta montañosa. Sólo debían de encontrar un camino para llegar hasta la ladera y salir al fin de tan angosto paso:
-Podríamos atravesarla mientras el sol se pone, así pasaríamos la noche fuera de estas malditas montañas… -sugirió Sayrz mientras señalaba hacía la llanura que se extendía más allá de los picos:
-Apoyo tu idea soldado, no son buenas las esperanzas que me transmite este lugar. –añadió la mujer de castaños cabellos Nariel.
Cuando el soldado y la sacerdotisa se giraron para debatir la idea con el resto del grupo, estos habían oído la conversación entre los dos y asintieron de antemano mostrando su conformidad con el nuevo plan. Todos a excepción de Katne, que observaba en la distancia el final de las montañas. Su rostro se volvió sombrío cuando al fin, se volvió para hablar con sus compañeros:
-¡Aún debemos permanecer en este lugar! Se dirigen hacia nuestra posición unos takhä y son un gran número.
-¿No saldremos jamás de estas montañas? –se preguntó una de las sacerdotisas de Kur apoyándose en una roca.
-No somos demasiadas... Y además estamos divididas. –añadió otra.
La gran sacerdotisa Nariel, hija de Kor, dios del viento, se acercó a sus hermanas y pese a ser igual que en sus hermanas el sentimiento de pesimismo, dijo:
-Podremos vencer. Defenderemos el camino y saldremos de este lugar. No podemos dejarnos vencer por las dificultades. Somos hijas de Ardân. Somos su única esperanza.

miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo 5: Carrera


Un gran dragón negro se postraba ante él mientras se aferraba con sus dos poderosas fauces sobre el montículo. El temeroso soldado no se percató de que al lado de los ojos de la bestia que clavaban su mirada sobre él, una segunda cabeza lo observaba. Incapaz de reaccionar, esta se lanzó hacía el soldado y lo capturó entre sus afilados dientes. El dragón lo lanzó por los aires y mientras el desventurado guerrero empezaba a caer de nuevo, la bestia abrió su boca de manera que la nueva presa cayera en su interior. Con un rápido movimiento, lo devoró:
-¡Mandir! -gritó Valten mientras se acercaba a la bestia con el martillo alzado. Katne que se encontraba en su trayectoria, se colgó el arco al a espalda y sujetó a su compañero:
-¡¡¡Vayámonos de aquí!!! -anunció Sayrz mientras se lanzaba hacia uno de los senderos de la montaña.
-Dividios, no podrá seguirnos a todos -instó Deimos.
En un instante, todos los que ocupaban el claro se dispersaron en todas direcciones alejándose con pavor de la bestia. Algunos siguieron los caminos y otros se lanzaron a través de la vegetación. En ese mismo instante, una de las cabezas del colosal animal lanzó una llamarada que lamió toda la parte oriental de la explanada.

Katne consiguió atravesar unos matorrales y cayó dando varias vueltas sobre el suelo hasta que se aferró al tronco de un fino árbol que le sirvió como apoyo para frenar su descenso por la ladera boscosa. Mientras iniciaba una carrera hacia cualquier punto lejano del claro de la montaña, un ensordecedor rugido le hizo acelerar aún más. No sabía si la bestia estaba detrás de él y sin atreverse a comprobarlo corría, lejos.
Su corazón se sobresaltó cuando vio una sombra que se movía con él en paralelo. En plena carrera, cargó una flecha en su arco y apunto a su objetivo. Justo antes de disparar, reconoció un escudo con letras en la lengua antigua donde se leía: Ardân. Rápidamente, reconoció a su portador:
-¡Sayrz! Soy Katne
El joven guerrero que escuchó la voz de Katne, aprovecho un espacio entre la frondosa vegetación para acercarse a su compañero. Una vez a su lado, bajaron el ritmo de la carrera:
-Gracias a los dioses que estás a salvo.-anunció Sayrz y tras unos segundos en silencio añadió – Deberíamos reagruparnos al otro lado de la montaña... Es lo más lógico. Esperemos que todos piensen igual que yo.
Katne ignoró la propuesta de su amigo para centrarse en una cuestión que le preocupaba aún más:
-Hay que localizar al dragón. Lo hemos perdido de vista.


La sacerdotisa acariciaba las plumas de la flecha que había cargado en el arco. Respiraba con dificultad ya que intentaba disminuir sus inspiraciones para no hacer tanto ruido y así escuchar. Estaba ahí, lo presentía...
Las sagitas no le causarían un gran mal, pero si fueran certeras, tal vez le harían ganar algo de tiempo y escapar de su escondite bajo las piedras. Mientras calculaba sus posibilidades en la situación, las sospechas se confirmaron.
El suelo tembló debido a unos poderosos pasos que se oyeron cercanos. A través de una abertura entre las piedras, consiguió ver al dragón de dos cabezas que olfateaba en el aire en busca de algo. Encomendándose a Kur, rezó para que la bestia no logrará verla. De ser así estaría perdida.
El animal dio varias vueltas a la zona donde Hlenn se encontraba, pero habiendo encontrado el rastro, no se disponía a abandonar el lugar. La encontraría tarde o temprano, necesitaba distraerlo para salir de su escondite.
La sacerdotisa observó con rapidez el bosque y vio una enorme piedra que se erigía a decenas de metros tras el dragón, apuntó y disparo contra el monolito. Al chocar la flecha, provocó un sonido metálico que tal y como esperaba Hlenn, distrajo la atención de la bestia. Sin vacilar, la sacerdotisa de ojos azules corrió lejos del dragón para escabullirse entre los caminos. Si lograba llegar hasta ellos, el dragón pasaría con grandes dificultades y no podría seguirla. Estaba cerca de alcanzar uno de ellos cuando una fuerte ráfaga de aire le lanzó hojas secas y arena sobre el rostro, negándole la visión por unos segundos. Cuando se dispuso de nuevo a continuar, los ojos de serpiente del enemigo la observaban con furia. Permaneció inmobil un instante, pero antes de que una de las fauces lanzara un arañazo en su dirección, volvió de nuevo entre los árboles. La bestia alzó el vuelo como había hecho antes para alcanzar a la hechicera, pero esta vez Hlenn giró medio cuerpo y disparó contra su enemigo. La flecha, dirigida con gran puntería, se clavó en el estomago del animal, provocando que se apoyará en el suelo mientras profería un estridente gruñido de dolor que se extendió por todo el bosque:
-Perfecto. Eso me dará algo de tiempo. -dijo para si la sacerdotisa.
Sin un segundo que perder, siguió la ladera de la montaña, bajando a grandes zancadas entre los arboles. Divisó un nuevo claro que se aparecía más abajo, un camino. Hlenn aceleró el paso para llegar hasta él y cuando ya casi había llegado vio dos figuras que lo atravesaban. No tardó en reconocerlas. Saltó el último tramo del bosque hasta caer en la superficie llana del camino. Mientras llamaba a sus compañeras:
-¡¡¡Yannâ, Shannah!!!
Las dos se giraron y sonrieron al reencontrarse con su compañera. Esta se acercó a ellas mientras agitaba una mano frenéticamente:
-Debemos huir, ¡el dragón me está persiguiendo! -tras las palabras de Hlenn, a sus aliadas se les descompuso el rostro cuando ondeaban en la ladera poblada de arboles la figura del animal.
Sin encontrarla, iniciaron de nuevo la carrera pero esta vez con mayor velocidad. No podían dejarse alcanzar:
-¿Hacia donde nos dirigimos? -preguntó Yannâ mientras volvía su cabeza para mirar.
-Hay que encontrar al resto, espero que hayan podido escapar... -le respondió la domadora Shannah.
-Reagruparnos... -dijo la arquera mientras observaba como desde un punto más alto de la montaña, el dragón se tornó visible sobre el nivel de los árboles- ¡Al otro lado de la cordillera rápido!


Pese haberle ordenado que iniciara el trote, el solitario guerrero hizo detenerse de nuevo su montura mientras lo observaba. La criatura se alejaba entre las cumbres rocosas de la montaña, esquivándolas con facilidad dando saltos con sus piernas fuertes y peludas más propias de un animal que de un humano. Estaba ya demasiado lejos para alcanzarlo, Deimos sólo portaba una espada y llegar hasta él a lomos del caballo por las escarpadas rocas era imposible.
Un takhä. Parecía explorador. Sabía perfectamente lo que había venido a hacer a la cordillera de Kalim y el guerrero se empezaba a preguntar si había obrado bien. Tras unos segundos de meditación, el espadachín agitó la cabeza en un intento de volver a la realidad. ¿Había obrado bien? Obviamente que si...


-Que suerte que os hayamos encontrado -confesó Sayrz mientras sonreía a la gran sacerdotisa de Kor. Esta sin responder continuó su avance hacía el punto acordado.
El grupo de sacerdotisas de Nariel, la habían seguido en el momento de la dispersión en la llanura en lo alto de la montaña. Sabedoras de la sabiduría de su líder, no dudaron en seguir sus pasos para estar a salvo. Tal y como esperaban, Nariel respondió ante las expectativas de sus compañeras.
El gesto de simpatía que se dibujó en los labios de Sayrz cuando habló con la hechicera, desapareció rápidamente cuando volvió su mirada hacia Katne. Sin utilizar palabras, tanto uno como otro sabían el temor que ocupaba sus corazones.
Mientras huían para dejar atrás el paso montañoso, habían oído en repetidas ocasiones los gritos encolerizados de la bestia. La imaginación ponía en sus mentes escenas donde el animal atacaba a sus hombres, a sus compañeros, dándoles muertes horribles como la que habían presenciado la primera vez que vieron al dragón. Pero era imposible volver. Si lo hacían, no sólo pondrían en peligro el éxito de la misión, sino también a las sacerdotisas de Kor que les acompañaban:
-¡Maldición! -gritó Katne en respuesta a todos estos pensamientos.
Ante la mirada intrigada del resto del grupo, Sayrz optó por tranquilizar a su compañero y autoconvencerse a si mismo de que la situación era mejor de lo que creían:
-Estarán bien. Sólo deben huir entre los arboles y no podrán ser seguidos. Valten se encontrará cerca, confiemos en que pueda ayudarles.


Alzó de nuevo el mango sobre su cabeza para asestar otro violento golpe al enemigo que lo observaba con temor ante una inevitable muerte. Justo antes de descargar el martillazo, una estela plateada apartó al objetivo de su campo de visión. Valten miró como el último enemigo que quedaba en pie le era arrebatado de su tanteo personal de bajas. Decepcionado, llevó sus ojos al rostro de aquel que le había dado muerte al takhä:
-¡Ese era mio Viktor! -gritó el comandante alabardero acusatoriamente.
Viktor tras verificar que ese único golpe en el cráneo del takhä había sido mortal, dio media vuelta y riendo contestó:
-No os lo toméis a mal comandante, solo pretendo robarle el puesto.
Valten bajó su martillo y con su tono de voz profundo y resonante del que era característico, unió sus risas con las del rubio oficial.
Los alabarderos que les acompañaban caminaban entre los restos del combate en pos de rematar a aquellos que aún permanecían con vida. Una vez retomada la calma, uno de ellos pronunció en voz alta lo que muchos de ellos tenían en sus mentes:
-¿A donde se dirigía este grupo de takhä?
Ninguno de los que se encontraban cerca encontró respuesta a la pregunta del soldado. Las palabras del hombre llamaron la atención del comandante y el oficial de la compañía de alabarderos de Ardân:
-Deberían de estar de paso... ¿Quien sabe?- contestó Valten.
Sus palabras no tranquilizaron a sus hombres, los cuales no quisieron insistir más y continuaron buscando entre los enemigos caidos.
Preparados de nuevo para proseguir con la marcha, Valten continuó el razonamiento que había iniciado unos minutos antes:
-Pero es extraño... Estaban coordinados. Debemos extremar las precauciones. Además, no sabemos de la bestia alada ni de nuestros compañeros. A saber que más cosas nos esperan hasta salir de Kalim. Salgamos de aquí.


El miedo oprimía a las tres compañeras. Las dos cabezas que las observaban, sin ni siquiera pestañear, resoplaban por su nariz un humo negro cada vez que la bestia exhalaba.
El dragón había aterrizado ante ellas, estrellándose contra unas piedras y proyectándolas en todas direcciones tras el impacto. No había proferido ningún rugido o queja, sólo le movía la ira, el deseo de acabar con las tres figuras que ahora lo contemplaban paralizadas:
-Sacad vuestras armas. Si aquí termina nuestro viaje, ¡No se lo vamos a poner nada fácil! -dijo Shannah mientras apretaba con fuerza el mango de sus dos espadas.
Motivadas por las palabras de la domadora, Yannâ y Hlenn desenfundaron con decisión sus armas.
El temor, se convirtió en rabia. Una rabia que les instaba a acabar con la bestia, fuera cual fuera su precio. Deseaban que si era ese el final, se llevarían con ellas al dragón hasta los mismos infiernos.
Preparadas para lanzar el ataque, Yannâ las detuvo:
-¡Esperad! -gritó mientras señalaba con su larga espada hacia la bestia- ¡¡¡Shannah haz que el suelo arda!!!

martes, 8 de junio de 2010

Capítulo 4: Destino (4.2.)


Siguió la marcha durante una semana completa. En ese tiempo los aventureros aprovechaban los descansos y los ratos que quedaban tras la jornada, para entablar amistad con el resto que en cierto modo, no conocían. Pronto, soldados y sacerdotisas se entendieron y empezaron a correr las bromas entre ellos. Sobretodo aprovechadas y ampliadas por anécdotas de batalla, por parte de los guerreros que intentaban impresionar a las jóvenes.
Cada noche, se levantaba un campamento con las tiendas. No eran muy grandes ni cubrían del viento o el frío, pero era suficiente. El clima en las tierras rojas era templado y constante. Así que no había necesidad mucho más.
Una de las noches en las que se instalaron bajo una gran roca, Nariel hablaba sobre la leyenda de la hoja de Naresh:
- Junto con todos los reyes supervivientes de la conquista de los trece demonios, Naresh lideró el ejército de Ardân hasta el paso de Ostrang. En él se encontraban las puertas que conducían hasta las tierras de los demonios, las tierras arrebatadas a los hombres del este de Rüen. Para traer de nuevo la paz sobre el antiguo reino, debían de atravesarlas y acabar con ellos - Nariel paró unos segundos, tomó aire y sopesó como iba a continuar su relato.
Mientras, las hechiceras la escuchaban con atención. Los soldados por su parte, que no conocían con exactitud los detalles de la gran guerra, no perdían ni una palabra de la joven e incluso se mostraron recelosos cuando esta interrumpió la historia. Para satisfacción de los guerreros, la gran sacerdotisa continuó:
-Ante las puertas que cerraban Ostrang, se libró la mayor de las batallas que jamás el mundo había visto. Un basto ejército liderado por los trece demonios chocó en el paso angosto contra el formado por los reyes. La lucha se extendió por espacio de tres días. Sin que sol ni luna la detuvieran.
Pese a que nueve de los demonios fueron derrotados bajo la valentía de los reyes de Rüen, todos ellos perecieron en la batalla. Agotadas las esperanzas en Ostrang, los últimos supervivientes se refugiaron en Ardân, creando allí la muralla que conseguiría hasta el momento, contener los ataques de los enemigos restantes de la gran guerra.
Al terminar su relato, Katne intrigado preguntó a las sacerdotisas:
-¿Y son los cuatro demonios que aún quedan los que nos envían a los takhä?
-No. - contestó Yannâ. -Según los antiguos escritos, tras perder una gran cantidad de fuerza en la batalla, los cuatro demonios se retiraron hacia la costa este de Rüen para descansar allí durante milenios. Esperando a que se cumplan las condiciones suficientes como para volver y someter al resto del mundo.
Las palabras de la sacerdotisa de Kur fueron como un cazo de agua fría para los soldados que la escuchaban. La promesa de un retorno de aquellos que en el pasado ocasionaron la cuasi extinción de su raza, significaría en esta ocasión la derrota total.
Ardân ya no contaba con los héroes que tuvo entonces ni el poder suficiente como para hacer frente a aquellos demonios. Estarían perdidos.
Mientras todos permanecían en silencio, Deimos, que escuchaba desde la distancia se acercó para dirigirse al resto:
-Me temo además, hechicera, que la situación es peor de lo que creemos. Según explicaban los oráculos en Ardân, algo está ocurriendo, más allá de los volcanes del fin del mundo. Se desconoce que puede ser, pero su poder es colosal...
-¿Quieres decir con eso que los demonios pueden haber vuelto? -preguntó Sayrz al espadachín. Este lo miró con frialdad y añadió:
-Es posible.

Cuando pasaban ya dos semanas desde la partida de Ardân, los aventureros albergaron al fin la esperanza dentro en los corazones. El paisaje, que había consistido en las dos últimas semanas en sólo polvo y rocas, empezaba a llenarse de vida. Árboles, cuyas hojas eran de color ocre, se dibujaban entre las llanuras. La tierra dejaba de ser un terreno árido para llenarse de hierbas de un color dorado, parecidas al trigo pero que del mismo modo que los árboles, habían cambiado el color. A medida que avanzaban, la vista se inundaba más con la vida, distinta de lo que habían visto hasta el momento. A las pocas horas, apareció ante ellos un río que remontaba su cauce hacía unas montañas que se divisaban en la distancia.
La concepción que se tenía de las tierras rojas era muy distinta a la que era en realidad. ¿Por qué durante siglos nadie había intentado explorarla? Al menos, nadie que después volviera a reportar de lo visto a la ciudad. En cualquier caso, la misión de la compañía significaría un antes y un después en Ardân.

Al día siguiente, los viajeros continuaron remontando el borde del río hasta llegar a la falda de la cordillera, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las montañas estaban pobladas por arboles de muchos tipos y aves que los sobrevolaban de uno a otro.
El río que habían remontado para llegar hasta las montañas se convertía en una gran cascada que caía desde un gran saliente:
-Tendremos que encontrar un paso para atravesarlas. No tenemos otra opción. Rodearlas podría llevarnos demasiado tiempo. -anunció Valten.
-Y seguir el curso del río es imposible, así que deberemos buscar otra ruta -añadió Nariel mientras contemplaba el salto de agua.
-Caminaremos hacia esa depresión, tal vez allí encontremos la manera de pasar.


Tal y como apuntaban las sospechas del guerrero del dorado martillo, la depresión entre las dos montañas conducía a un camino que se adentraba hacia el interior de la cordillera. Los caballos de Shannah y Deimos pudieron trotar con facilidad por él ya que se extendían sobre varios metros de lado a lado. Parecía que la fortuna sonreía a la compañía.
El ascenso sobre la montaña fue eterno. El camino pese a ser accesible, rodeaba demasiado la cordillera y pasado medio día, se desorientaron. Cuando andaban totalmente perdidos, encontraron una bifurcación:
-¿Qué camino deberíamos tomar? -preguntó uno de los soldados. Deimos observando los dos caminos dijo:
-Debemos coger el que nos conduce a través de menos vegetación, el de la izquierda. Además será el menos molesto para los caballos.
Los soldados y sacerdotisas miraron a los tres comandantes a la espera de que valoraran la idea del espadachín. Sayrz, cargándose de nuevo el escudo a la espalda, añadió:
-Esta bien Deimos. Pero tu te arás cargo de las quejas del resto si este no es el sendero correcto.
-Creo que lo podré soportar... -contestó el guerrero mientras trotaba hacia el camino que se extendía entre dos hileras de árboles.
La travesía ya duraba dos horas y el grupo se impacientaba. Pese a las quejas, Deimos seguía decidido a seguir el camino.
Las sacerdotisas aprovecharon la llegada a un claro en la montaña para librarse de los largos vestidos con los que se cubrían. Lucían un color azul en las sacerdotisas de Kur y blanco en el de las de Kor. Pese a su belleza y su simbolismo, dificultaban mucho el paso. Mientras los soldados miraban expectantes, las sacerdotisas dejaron ver bajo sus elegantes mantos una coraza de cuero con mangas de cota de malla. Abandonando la vestimenta a un lado del camino, enfundaron en sus respectivas vainas las armas. Algunas iban armadas con arcos y otras con espadas. Pero una de ellas se distinguía sobre las demás al llevar atada a su espalda una larga espada de un metro cincuenta de altura:
-¿Quien lo hubiera dicho? -se dijo para si uno de los alabarderos.
-Mirad que arcos. ¡Son enormes! -exclamo otro de los guerreros.
-¿Habéis visto la espada de esa otra?
-Me temo que estas mujeres darán mucha más guerra de lo que todos habíamos pensado caballeros -confesó Sayrz mientras reía.
Momentos antes de reanudar la marcha, unas piedras cayeron sonoramente desde un pequeño montículo que se alzaba a una banda del terraplén. Al dirigir la mirada hacia arriba, los aventureros divisaron a un humanoide de color grisáceo y de puntiagudas orejas que los observaba tras unas rocas. Viéndose descubierto, el darna emitió un chillido que hizo aparecer de entre la maleza un grupo numeroso de semejantes. Antes de poder moverse de nuevo, una flecha le atravesó la garganta:
-¡Formad un círculo! No sabemos de donde vendrán. -gritó Katne tras haber disparado contra el humanoide.
Rápidamente, los miembros del grupo formaron un circulo para poder controlar todas las partes del claro donde había hierba alta. Tras unos segundos en silencio, el primero de los darna salió de un salto de entre los árboles. Armado con una rudimentaria arma de piedra afilada, cargó contra uno de los alabarderos que le propinó un fuerte golpe descendente en el hombro. La poca resistencia que ofreció el cuerpo del diminuto ser, hizo que la hoja de la alabarda llegara hasta su pecho.
Un segundo saltó desde el peñón donde había estado el primer enemigo y se dejó caer sobre una de las sacerdotisas. Viéndolo venir, retrocedió dando un paso hacia atrás y sin esperar a que cayera, le clavó la espada en el vientre.
Los darna venían muy divididos y rechazarlos estaba siendo muy sencillo. Aún así no cesaban de aparecer de un lado u otro y no podían bajar la guardia.
Uno de ellos estaba subido en la parte más alta del montículo. Nariel lo vio y mientras clavaba la espada a otro que se aproximaba dando saltos, le lanzó con su mano izquierda una ráfaga de aire que lo lanzó varios metros hacia atrás, despeñándose montaña abajo.
Al cabo de unos minutos, los pocos que quedaban se habían unido en un único grupo que se aproximaban por el mismo camino que habían seguido los aventureros para llegar hasta el claro. Indecisos a atacar, se cambiaban el arma de una mano a otra mientras miraban a los soldados y las sacerdotisas con odio. En ese instante, sus miradas se distrajeron de la lucha.
Los extraños seres levantaron sus orejas hasta alcanzar una gran altura y renunciando al combate, se retiraron con agilidad de nuevo entre la vegetación.
Tras la marcha de los darna, los aventureros bajaron sus armas:
-¡Ya iba siendo hora de que se retirarán! -dijo uno de los soldados.
-Los hemos aplastado, no entiendo por que seguían con ello... Pero bueno ha sido entretenido jejeje -añadió Viktor mientras movía su pesado martillo de arriba a bajo con entusiasmo.
Las sacerdotisas enfundaban también sus armas cuando la lucha terminó. Pero Shannah, que las acompañaba a lomos de su montura, les resarció de su idea:
-No se han retirado por nosotros...
-¿A que te refieres? -le preguntó su compañera Yannâ antes de guardar su espada larga. - Es solo que antes de marcharse, han levantado sus orejas al igual que un caballo. Eso lo hacen cuando...
Un golpe silenció las palabras de la domadora. El ruido se repitió una segunda vez con más intensidad. Unas ráfagas de aire levantaron polvo en todo el claro cegando momentáneamente a los que allí se encontraban. Buscando su origen, todos quedaron aterrorizados ante la imagen que se presentaba ante ellos.
- Naresh, protégenos. -suplicó uno de los soldados de la guardia de Ardân.

Capítulo 4: Destino


Capítulo 4: Destino

Era una imagen desoladora. Hasta donde alcanzaba la vista, la tierra era árida, de un color rojo apagado. Desde donde los viajeros se encontraban, era la arena sobre el suelo y algunas rocas lo único que podían ver sus ojos.
Adentrándose con decisión, pusieron rumbo nordeste hacia el paso de Ostrang.
Bajo las murallas que daban a la ciudad, aún yacían los cadáveres de los cientos de takhä que días antes habían asediado la ciudad sagrada. Con cuidado de no dar un traspié con ninguno de ellos, los viajeros avanzaron con cautela hasta salir del campo de batalla. Cuando dejaron de mirar al suelo para no tropezar, divisaron algo en el horizonte. Los veintiún viajeros se armaron y formaron guardia. El único de entre ellos que montaba un caballo, un espadachín, se adelanto unos metros para poder observar el peligro. Una vez seguro, el hombre se dirigió al resto:
-Son un pequeño grupo de takhä, unos cinco -dijo Deimos.
-Sólo es un pequeño contingente. Aún así no bajéis la guardia. -añadió Katne mientras cargaba su arco.
Katne lo tensó y permaneció a la espera de que los enemigos se aproximaran. En campo abierto y sin ningún obstáculo... No iba a fallar. Mientras esperaba, una flecha impactó en la pierna de uno de los takhä haciéndole caer de cabeza contra el suelo. Pronto a esa primera se unieron otras tres más que silbaron hasta caer a los pies de los demonios. El joven arquero recordó que entre las sacerdotisas había una que llevaba colgado un arco a su espalda. Dirigió una rápida mirada hacía la mujer de dorada cabellera y vio que al igual que él, permanecía a la espera de que se pusieran a tiro.
Las ráfagas iban en aumento y eran sólo dos los takhä que permanecían en pie, corriendo frenéticamente hacía los viajeros. Pronto lo comprendió. Desde la gran muralla de la ciudad, distinguió en al distancia los yelmos con las plumas blancas característicos de la compañía de arqueros. Pese a separarles varios kilómetros de su objetivo, aún eran capaces de acertar con eficacia. Siempre habían sido los mejores, sobre eso Katne no tenía ninguna duda.
El grupo de takhä fue extinguido por las sagitas de los arqueros de las murallas sin necesidad de entablar combate alguno. Tras el primer encuentro, los catorce guardaron sus armas y siguieron su camino. Segundos más tarde, oyeron un cuerno que vilvió a ponerlos en tensión. Esta vez, provenía de las murallas:
-¿¡Más enemigos!? -profirió uno de los soldados.
- No habrá tiempo para enfundar las espadas. -añadió con desánimo.

Las almenas de Ardân habían sido diseñadas para poder distinguir a gran distancia lo que se aproximará hasta sus puertas, dando así a sus defensores la oportunidad de preparar a conciencia su defensa. En aquellas circunstancias, los centinelas divisarían mucho antes a un enemigo que la propia compañía.
De nuevo en guardia y armados, los catorce aventureros ondeaban en las tierras rojas a un nuevo peligro que se abalanzara sobre ellos. Pasaron varios minutos sin que vieran nada. Entonces, la gran sacerdotisa de Kor, Nariel, dando media vuelta dijo:
-¡Las puertas de la ciudad se están abriendo de nuevo!
Cuando estas aún no dejaban paso claro, una figura a lomos de un corcel negro salió a galope tendido hacia los viajeros. Sorteando los restos de la batalla con agilidad, tardó sólo unos segundos antes de presentarse hasta ellos. La mujer de negra cabellera dio un salto del caballo antes de que este se detuviera:
-Buenas a todos. -dijo la joven mientras sonreía: - Pensé que no llegaría a alcanzaros... Vengo a unirme a esta misión.
Ante la sorprendente aparición de la joven, ninguno reaccionó hasta que Yannâ se lanzó hacia adelante en un amistoso abrazo con la recién llegada:
-¡Shannah! Gracias a los dioses que has venido. Pensábamos que ya no nos acompañarías...
La joven de tez cobriza y cabello oscuro se alejo un paso para poder mirar a los ojos a su amiga:
-No iba a dejaros solas. Hlenn, Yannâ compartiremos los mismos destinos. Sean cuales sean.
Las tres jóvenes sonrieron y se dirigieron al resto del grupo, que las observaba:
-Shannah es domadora de Ardân, nos conocimos cuando todas acudíamos a la escuela. Desde entonces pese a nuestros diferentes oficios, hemos mantenido el contacto. -declaró Hlenn mientras rodeaba con un brazo los hombros de la domadora.
-¡Así es! - añadió Shannah mientras volvía a sonreír de nuevo. Una voz venida del exterior del circulo que se había formado por los aventureros, interrumpió la conversación:
-Genial. Ahora que todos nos hemos reencontrado, ¿podemos continuar? -preguntó Deimos sarcásticamente.
Ante varias miradas furtivas que le dirigieron algunas de las sacerdotisas, Viktor respondió:
-Sí, deberíamos apresurarnos. Hemos de llegar a Ostrang en menso de tres semanas. ¡Vamos!


Los primeros días de la partida fueron de una extrema dureza. La travesía en las tierras rojas se convertía en una lucha contra la propia mente. Jornadas de un paisaje que no cambiaba. Fuera cual fuera la distancia que se recorría en un día, el día siguiente se presentaba igual que el anterior, sin nada que en el paisaje demostrara que se estaba avanzando en el camino. Empezaron al poco tiempo a consumirse los suministros de agua. El cielo estaba permanentemente encapotado, pero no por nubes, sino por una densa capa de un color rojizo que se armonizaba con el del suelo. La tierra estaba seca, no daba en ningún momento a un lago, un río o siquiera una charca. Sólo arena, eso era lo único que la compañía conocía:
-Maldita sea... si no encontramos pronto agua, estaremos perdidos -comunicó Sayrz al resto mientras habían detenido la marcha para descansar:
-Uno de los arqueros, Yunda, se ha desvanecido hará unas horas. Ha recuperado el conocimiento pero hemos gastado las últimas provisiones para que lo consiguiera.
Tras las palabras del comandante arquero, Hlenn que permanecía sentada frente a ellos, se levantó y se puso frente a Katne:
-Dejadme vuestro cazo -el interpelado sin preguntar, se lo entregó expectante.
La joven de ojos azules, extendió una mano sobre el recipiente mientras con los ojos cerrados murmuraba unas inteligibles palabras. Tras unos segundos, cerro el puño y de entre sus dedos empezó a brotar un generoso caño de agua:
-¡Increíble! -dijo Katne sorprendido.
-Sentimos no haber advertido de esta capacidad antes, pero tampoco podemos prescindir de ella permanentemente. No tenemos el poder suficiente como para suministrar a todos el agua necesaria para continuar.- dijo Yannâ mientras llenaba el cazo de Valten. El corpulento guerrero se bebió de un sorbo el agua y añadió:
-Esas condenadas bestias beberán algo. Encontraremos agua pronto, seguro.
Reanudaron la marcha algo menos preocupada tras la momentánea solución del agua.

Hacía ya cuatro días que habían partido desde Ardân. Según el cálculo realizado por los cartógrafos que estudiaron con saña los antiguos mapas de la desaparecida Rüen, aún quedaban dos semanas y media de camino hasta Ostrang, lugar donde descansaba la espada de Naresh.
Pese al primer grupo de takhä que les atacó, los aventureros no se habían topado con ninguno más en lo que llevaban de viaje. Reafirmaba en parte la seguridad que existía en las tierras rojas tras no encontrar tantos enemigos como se hubiera podido imaginar, pero a la vez traía consigo una sensación de ansiedad. La misma que trae el silencio que se crea entre dos ejércitos cuando mirándose mutuamente uno frente al otro, esperan a que el terror de la batalla de comienzo.

domingo, 6 de junio de 2010

Capítulo 3: Aquello que queda atrás


-El manantial. Eso fue lo que dijeron, ¿no? -preguntó la ja joven de ojos azules.
-Sí... Espero que no sea demasiado tarde. -contestó otra de las humanas que la acompañaba.
Caía la noche bajo la gran ciudad de Ardân. Desde hacía ya horas, los sonidos del día a día se había extinguido cuando todos sus habitantes regresaron a sus hogares, en pos de recibir el descanso merecido tras la jornada de trabajo. Las calles habían quedado desiertas y era solo el rumor llegado de las voces de los centinelas que realizaban la guardia, los que alteraban este sagrado silencio. La espera se extendió durante horas hasta que los primeros rayos del sol se atisbaron en el horizonte:
-Me temo que no partiremos Hlenn... -dijo la joven Yannâ mientras le observaba con mirada entristecida. Pero su compañera permaneció en silencio mientras ondeaba en la distancia la silueta de un grupo de personas que se aproximaban hacia ellas:
-Espera. -dijo la joven, cuyo cabello era de color del oro.
El amanecer aún no dejaba ver con claridad al grupo que se les acercaba. Con intriga, las jóvenes sacerdotisas de Kur empezaron a divisar quienes eran.
Según les había explicado la gran sacerdotisa, eran tres los hombres que iban a aventurarse hacia las tierras rojas, en busca de la gran espada de Naresh. Pero eran más los que se aproximaban y no hombres, sino mujeres.


-¡¡¡Por todos los dioses Katne despierta de una vez!!! No he podido pegar ojo en toda la noche por tu culpa. -protestó Valten mientras agitaba al joven arquero que yacía en su cama.
Sobresaltado, salio del lecho buscando con la mirada el rostro del guerrero:
-Lo siento... ¿Tanto se me ha escuchado?
-¡Un ejército en marcha haría menos ruido que tú! -le replicó Valten mientras lo señalaba acusatoriamente con el dedo. Sayrz reía tras ellos mientras excusaba a su compañero:
-Los ronquidos deben de haberse incrementado por los nervios Valten, no lo tengas en cuenta.
-Bueno... Lo dejaremos correr por esta vez. ¡Pero yo no duermo a su lado cuando partamos a las tierras rojas!
La sensación de bienestar que había ocupado la habitación de la tienda de los tres comandantes durante la pequeña trifulca, desapareció con la frase de Valten. La idea de enfrentar la misión dejaba muy poco espacio para las bromas. Ignoraban por completo qué iban a encontrar más allá de los muros de Ardân. Ni siquiera si dispondrían del lujo de poder dormir despreocupadamente...

Aún no había amanecido. Vestidos con las armaduras y las armas al completo, Katne, Valten y Sayrz se dispusieron a salir de la tienda, siendo muy probablemente la última vez que lo harían. Ahora, debían de ir hacia el manantial, con el fin de citarse con alguien lo bastante osado como para acompañarlos en su viaje... Falsas esperanzas. Ninguno de ellos quería hacérselas y es por eso que no esperaban de las gentes de Ardân nada que no pudieran dar.
Mientras abandonaban la tienda, un soldado de la ciudad los llamó antes de que desaparecieran por el camino que llevaba al punto de encuentro:
-Comandantes... -dijo el hombre, que evitaba la mirada de sus dirigentes: -me envía el consejo para que me comuniquéis...
-Ha sido entregada la lista con las recomendaciones Anthus. Esta todo resuelto -dijo Katne anticipándose a las intenciones del soldado. Althus le miró brevemente y asintió con la cabeza. Tras unos segundos de silencio, el hombre se dirigió al que había sido su comandante y compañero en la batalla, Valten:
-Siento no poder acompañaros señor. Tengo familia y un hijo. No podrían mantenerse si yo...
El robusto comandante dejó caer el pesado martillo en el suelo para así aferrar con fuerza el hombro de uno de sus tenientes más valiosos. Sonriendo dijo:
-Es decisión nuestra Althus. Es grande en ti el sentido del deber teniente. Con el hecho de que os planteéis la posibilidad de partir, ya llenáis mi corazón de orgullo... Sigue pues con tu vida y mantén la ciudad a salvo cuando nosotros partamos, pues de vosotros depende ahora... Nos veremos pronto soldado, sea en esta vida, o en la otra.
El valeroso teniente de la compañía de alabarderos de Ardân estrechó con fuerza la mano de su comandante mientras alzaba de nuevo su rostro en una evidencia de que las palabras de Valten, habían reavivado el coraje del soldado. Tras despedirse también de Sayrz y Katne poniendo el brazo horizontalmente sobre la altura del pecho, como era costumbre entre la guardia de Ardân, retomó el camino que había hecho.
El robusto comandante lo observó mientras desaparecía entre las calles de la ciudad. Cuando ya desapareció de su vista, se dirigió hacia el camino que conducía al manantial siguiendo a sus compañeros:
-Maldita sea. He acabad por empatizar con mis soldados. Son hermanos ya de muchas batallas...


-Saludos sacerdotisas de Kur. Yo soy Nariel, y estas son mis compañeras. Es un gran honor presentarme ante vosotras. -dijo una de las mujeres que tenía la piel del color del cobre.
-Os conocemos Nariel, sois la gran sacerdotisa del templo de Kur. El honor es nuestro -dijo Hlenn mientras levantaba la mano derecha dejándola a la altura del pecho, saludo de respeto entre las elegidas de los dioses:
-¿También acudís a uniros con los tres comandantes? -preguntó la joven Yannâ con interés. Nariel se volvió hacía la sacerdotisa y con entristecidas palabras dijo:
-Lo hemos creído así conveniente entre nosotras... Pero no ha sido una decisión unánime, muchas no nos acompañarán en este viaje. Nunca antes las hijas de la madre Kor se habían separado. Son tiempos difíciles los que corren...
Las palabras de Nariel, crearon rápidamente sobre el resto un sentimiento de afinidad. El silencio se adueñó del manantial durante unos instantes después de las palabras de la gran sacerdotisa. Sin que hubiera más intención de hablar por ambas partes, un murmullo, que se escuchaba a espaldas de los dos grupos de sacerdotisas, rompió el silencio. Al descender el angosto camino de tierra que ascendía hasta el manantial, Katne, Valten y Sayrz callaron de golpe al contemplar incrédulos las sacerdotisas que los observaban. Sobrecogidos, los tres vacilaron antes de acercarse:
-Buenas vengan hijas de los dioses. Perdonad nuestra incursión, pero nos habíamos citado en este lugar con interesados para una misión, tal vez deberíamos de haber escogido otro lugar... -dijo Sayrz mientras alzaba el brazo derecho en la posición horizontal característica del saludo de la guardia de Ardân.
Fue Nariel quien, más cercana de su posición, le devolvió el saludo y con una amplia sonrisa contestó:
-Es un buen lugar comandante, no debe preocuparse por ello. Estamos al corriente de que se estableció el manantial como lugar de encuentro, pues ese es el motivo de que mis sacerdotisas y yo misma, Nariel, nos encontremos aquí.
Ante la respuesta de la sacerdotisa, los rostros de los tres guerreros se iluminaron. Algunas de las hechiceras presentes se contagiaron de la alegría de los comandantes riendo con timidez. La gran sacerdotisa Nariel extendió un brazo en dirección al segundo grupo que allí se encontraba:
- Más temo que las pupilas de la gran sacerdotisa de Kur, Mandish, tienen como objetivo también acompañarnos.
Katne, Valten y Sayrz postraron sus ojos sobre el segundo grupo de sacerdotisas que dedicaban también un saludo a los recién llegados. La euforia contenida entre los tres guerreros pasó a ser resumida por una exclamación de júbilo por parte de Katne, que después se adelantó para hablar:
- Bienvenidas seáis a nuestra causa. No esperábamos que nadie podría acompañarnos...
-No sólo serán sacerdotisas las que os acompañen Katne. ¡La guardia de Ardân no se perdería este viaje ni aunque se les obligará! -gritó un robusto soldado que atravesaba el manantial a paso ligero en dirección a los demás. Tras él, venían otros diez guerreros, todos ellos con distintas armas a sus espaldas. Cargándose un gran martillo al hombro, el incursor se dirigió a Katne, Valten y Sayrz:
-Hemos venido a acompañaros comandantes. Por nada íbamos a perdernos algo así. Somos todos aquellos que entre vuestros hombres hemos decidido unirnos a esta misión.
Tras la sorpresa, Valten rió sonoramente ante las palabras del guerrero de barba dorada:
-Teniente Vicktor... ¿Como no esperar esto por vuestra parte?
-Sabéis que estoy con vos señor, hasta el final, más aún cuando hay batalla que librar... ¡Contad conmigo!
Al grupo de soldados venidos con Viktor, eran tres más los que pertenecían a la compañía de alabarderos de Valten, cuatro los espadachines de Sayrz y tres más los arqueros venidos para apoyar a Katne. Todos y cada uno de ellos mostraron una gran determinación aceptando ser parte de ese viaje, arriesgando sus vidas en pos de una esperanza, una única posible salvación para la tierra que tanto amaban.
Sin embargo, era aún más conmovedora para todos aquellos guerreros la presencia de las once sacerdotisas que sin dudar, habían decidido unirse al destino de todos aquellos hombres. Una presencia que por otro lado, sería la que decantara la balanza a favor de la humanidad...

Se había iniciado una lluvia de pétalos blancos en la gran plaza del portón. Los soldados, fascinados, observaban como un grupo de jóvenes lanzaban desde las almenas las partes de estas flores, que caían desde la gran altura del muro para bajar mecidas por el viento hasta el suelo empedrado. Mientras tanto, eran muchos los habitantes de la ciudad que ocupaban las calles de Ardân con intención de despedir a los participantes de la misión. Las sacerdotisas y los guerreros permanecían immobiles en el centro de la plaza mientras el portavoz de los cien sabios, el anciano de barba gris Thandu se dirigía a los viajeros, creando el silencio entre los presentes:
- Os deseo en nombre de Ardân la mayor de las suertes y la mejor bonanza en vuestra misión, ¡Oh! Hijos e hijas de la gran ciudad sagrada. Partid hacía el paso de Ostrang por la espada de Naresh, Sindey. En su poder reside que Ardân pueda perdurar en este mundo... -el elevado tono de voz que empleó el anciano hizo mella en su cansado cuerpo y tuvo que detener su discurso unos segundos para coger aire. Dispuesto de nuevo, continuó:
- El compromiso de la ciudad con sus salvadores no puede ser mayor del que nuestras leyes nos permiten y no está en nuestra mano mandar a quien no lo deseé a embarcarse en este peligroso viaje. -Thandu levantó su cabeza para poder mirar a los viajeros que permanecían ante él. Tras dar un rápido vistazo confesó:
-Pero bien es cierto que la respuesta de todos a superado con creces las expectativas de este consejo... Ardân por su parte, contribuirá a esta misión con un equipo digno de la hazaña que se va a acontecer. Veamos... -dijo el anciano mientras removía el interior de un pequeño zurrón en busca de algo. Una vez dio con él, lo extrajo con sumo cuidado.
Thandu extendió su mano mostrándoles el objeto a los aventureros que lo examinaron con intriga. Ante la incertidumbre de los soldados, fueron las sacerdotisas quienes tomaron la palabra:
- ¡Eso es...! -dijo una de las sacerdotisas de Kor.
- ¡¡¡El colgante de Asïr!!! - exclamó Yannâ acercándose con rapidez al objeto. El anciano asintió lentamente. Se dibujó una sonrisa amable en su rostro, que lcerró sus párpados:
- Es una ofrenda de Tyanä, la gran sacerdotisa de Kor. Debido a que no le es posible acompañaros, os entrega el colgante para que proteja a sus hermanas y las traiga de nuevo a su santuario.
Las cinco sacerdotisas observaron con melancolía el colgante, sabedoras de la sacralidad del objeto y que este no había salido jamás de la casa de Kor. Hlenn dando un paso hacia el sabio, cogió el objeto de su mano con cuidado:
-Volveremos mi señora. Traeremos la luz de la tierra a Ardân.

Los complejos mecanismos que cerraban la puerta de la gran ciudad empezaron a moverse tras el toque de una trompeta. El portón era de un tamaño desmesurable. Con una altura de unos casi treinta metros, las puertas de Ardân adoptaban la apariencia de ser las puertas que separasen la misma tierra del infierno. Una significación que se distanciaba poco de la realidad.
Los minutos que transcurrieron mientras el camino se abría ante los ojos de los aventureros pasaron como horas. En sus mentes sólo había espacio para recordar todo aquello que quedaba atrás. El hogar. La familia. Las amistades, el gran mar, sus gentes...
No. Era el momento de enfrentarse a lo que ocurriera. De armar de valor sus corazones en pos de lograr su objetivo. Recordar todas aquellas cosas no con tristeza, sino que se convirtiesen en el motivo por el cual luchar hasta el final de las fuerzas, para traerles a todos aquellos esa esperanza. Sindey...
Oyendo tras ellos los gritos de ánimo y las despedidas de los habitantes de la ciudad, los mujeres y hombres que componían la compañía atravesaron el gran portón de Ardân.