martes, 8 de junio de 2010

Capítulo 4: Destino


Capítulo 4: Destino

Era una imagen desoladora. Hasta donde alcanzaba la vista, la tierra era árida, de un color rojo apagado. Desde donde los viajeros se encontraban, era la arena sobre el suelo y algunas rocas lo único que podían ver sus ojos.
Adentrándose con decisión, pusieron rumbo nordeste hacia el paso de Ostrang.
Bajo las murallas que daban a la ciudad, aún yacían los cadáveres de los cientos de takhä que días antes habían asediado la ciudad sagrada. Con cuidado de no dar un traspié con ninguno de ellos, los viajeros avanzaron con cautela hasta salir del campo de batalla. Cuando dejaron de mirar al suelo para no tropezar, divisaron algo en el horizonte. Los veintiún viajeros se armaron y formaron guardia. El único de entre ellos que montaba un caballo, un espadachín, se adelanto unos metros para poder observar el peligro. Una vez seguro, el hombre se dirigió al resto:
-Son un pequeño grupo de takhä, unos cinco -dijo Deimos.
-Sólo es un pequeño contingente. Aún así no bajéis la guardia. -añadió Katne mientras cargaba su arco.
Katne lo tensó y permaneció a la espera de que los enemigos se aproximaran. En campo abierto y sin ningún obstáculo... No iba a fallar. Mientras esperaba, una flecha impactó en la pierna de uno de los takhä haciéndole caer de cabeza contra el suelo. Pronto a esa primera se unieron otras tres más que silbaron hasta caer a los pies de los demonios. El joven arquero recordó que entre las sacerdotisas había una que llevaba colgado un arco a su espalda. Dirigió una rápida mirada hacía la mujer de dorada cabellera y vio que al igual que él, permanecía a la espera de que se pusieran a tiro.
Las ráfagas iban en aumento y eran sólo dos los takhä que permanecían en pie, corriendo frenéticamente hacía los viajeros. Pronto lo comprendió. Desde la gran muralla de la ciudad, distinguió en al distancia los yelmos con las plumas blancas característicos de la compañía de arqueros. Pese a separarles varios kilómetros de su objetivo, aún eran capaces de acertar con eficacia. Siempre habían sido los mejores, sobre eso Katne no tenía ninguna duda.
El grupo de takhä fue extinguido por las sagitas de los arqueros de las murallas sin necesidad de entablar combate alguno. Tras el primer encuentro, los catorce guardaron sus armas y siguieron su camino. Segundos más tarde, oyeron un cuerno que vilvió a ponerlos en tensión. Esta vez, provenía de las murallas:
-¿¡Más enemigos!? -profirió uno de los soldados.
- No habrá tiempo para enfundar las espadas. -añadió con desánimo.

Las almenas de Ardân habían sido diseñadas para poder distinguir a gran distancia lo que se aproximará hasta sus puertas, dando así a sus defensores la oportunidad de preparar a conciencia su defensa. En aquellas circunstancias, los centinelas divisarían mucho antes a un enemigo que la propia compañía.
De nuevo en guardia y armados, los catorce aventureros ondeaban en las tierras rojas a un nuevo peligro que se abalanzara sobre ellos. Pasaron varios minutos sin que vieran nada. Entonces, la gran sacerdotisa de Kor, Nariel, dando media vuelta dijo:
-¡Las puertas de la ciudad se están abriendo de nuevo!
Cuando estas aún no dejaban paso claro, una figura a lomos de un corcel negro salió a galope tendido hacia los viajeros. Sorteando los restos de la batalla con agilidad, tardó sólo unos segundos antes de presentarse hasta ellos. La mujer de negra cabellera dio un salto del caballo antes de que este se detuviera:
-Buenas a todos. -dijo la joven mientras sonreía: - Pensé que no llegaría a alcanzaros... Vengo a unirme a esta misión.
Ante la sorprendente aparición de la joven, ninguno reaccionó hasta que Yannâ se lanzó hacia adelante en un amistoso abrazo con la recién llegada:
-¡Shannah! Gracias a los dioses que has venido. Pensábamos que ya no nos acompañarías...
La joven de tez cobriza y cabello oscuro se alejo un paso para poder mirar a los ojos a su amiga:
-No iba a dejaros solas. Hlenn, Yannâ compartiremos los mismos destinos. Sean cuales sean.
Las tres jóvenes sonrieron y se dirigieron al resto del grupo, que las observaba:
-Shannah es domadora de Ardân, nos conocimos cuando todas acudíamos a la escuela. Desde entonces pese a nuestros diferentes oficios, hemos mantenido el contacto. -declaró Hlenn mientras rodeaba con un brazo los hombros de la domadora.
-¡Así es! - añadió Shannah mientras volvía a sonreír de nuevo. Una voz venida del exterior del circulo que se había formado por los aventureros, interrumpió la conversación:
-Genial. Ahora que todos nos hemos reencontrado, ¿podemos continuar? -preguntó Deimos sarcásticamente.
Ante varias miradas furtivas que le dirigieron algunas de las sacerdotisas, Viktor respondió:
-Sí, deberíamos apresurarnos. Hemos de llegar a Ostrang en menso de tres semanas. ¡Vamos!


Los primeros días de la partida fueron de una extrema dureza. La travesía en las tierras rojas se convertía en una lucha contra la propia mente. Jornadas de un paisaje que no cambiaba. Fuera cual fuera la distancia que se recorría en un día, el día siguiente se presentaba igual que el anterior, sin nada que en el paisaje demostrara que se estaba avanzando en el camino. Empezaron al poco tiempo a consumirse los suministros de agua. El cielo estaba permanentemente encapotado, pero no por nubes, sino por una densa capa de un color rojizo que se armonizaba con el del suelo. La tierra estaba seca, no daba en ningún momento a un lago, un río o siquiera una charca. Sólo arena, eso era lo único que la compañía conocía:
-Maldita sea... si no encontramos pronto agua, estaremos perdidos -comunicó Sayrz al resto mientras habían detenido la marcha para descansar:
-Uno de los arqueros, Yunda, se ha desvanecido hará unas horas. Ha recuperado el conocimiento pero hemos gastado las últimas provisiones para que lo consiguiera.
Tras las palabras del comandante arquero, Hlenn que permanecía sentada frente a ellos, se levantó y se puso frente a Katne:
-Dejadme vuestro cazo -el interpelado sin preguntar, se lo entregó expectante.
La joven de ojos azules, extendió una mano sobre el recipiente mientras con los ojos cerrados murmuraba unas inteligibles palabras. Tras unos segundos, cerro el puño y de entre sus dedos empezó a brotar un generoso caño de agua:
-¡Increíble! -dijo Katne sorprendido.
-Sentimos no haber advertido de esta capacidad antes, pero tampoco podemos prescindir de ella permanentemente. No tenemos el poder suficiente como para suministrar a todos el agua necesaria para continuar.- dijo Yannâ mientras llenaba el cazo de Valten. El corpulento guerrero se bebió de un sorbo el agua y añadió:
-Esas condenadas bestias beberán algo. Encontraremos agua pronto, seguro.
Reanudaron la marcha algo menos preocupada tras la momentánea solución del agua.

Hacía ya cuatro días que habían partido desde Ardân. Según el cálculo realizado por los cartógrafos que estudiaron con saña los antiguos mapas de la desaparecida Rüen, aún quedaban dos semanas y media de camino hasta Ostrang, lugar donde descansaba la espada de Naresh.
Pese al primer grupo de takhä que les atacó, los aventureros no se habían topado con ninguno más en lo que llevaban de viaje. Reafirmaba en parte la seguridad que existía en las tierras rojas tras no encontrar tantos enemigos como se hubiera podido imaginar, pero a la vez traía consigo una sensación de ansiedad. La misma que trae el silencio que se crea entre dos ejércitos cuando mirándose mutuamente uno frente al otro, esperan a que el terror de la batalla de comienzo.

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