martes, 8 de junio de 2010

Capítulo 4: Destino (4.2.)


Siguió la marcha durante una semana completa. En ese tiempo los aventureros aprovechaban los descansos y los ratos que quedaban tras la jornada, para entablar amistad con el resto que en cierto modo, no conocían. Pronto, soldados y sacerdotisas se entendieron y empezaron a correr las bromas entre ellos. Sobretodo aprovechadas y ampliadas por anécdotas de batalla, por parte de los guerreros que intentaban impresionar a las jóvenes.
Cada noche, se levantaba un campamento con las tiendas. No eran muy grandes ni cubrían del viento o el frío, pero era suficiente. El clima en las tierras rojas era templado y constante. Así que no había necesidad mucho más.
Una de las noches en las que se instalaron bajo una gran roca, Nariel hablaba sobre la leyenda de la hoja de Naresh:
- Junto con todos los reyes supervivientes de la conquista de los trece demonios, Naresh lideró el ejército de Ardân hasta el paso de Ostrang. En él se encontraban las puertas que conducían hasta las tierras de los demonios, las tierras arrebatadas a los hombres del este de Rüen. Para traer de nuevo la paz sobre el antiguo reino, debían de atravesarlas y acabar con ellos - Nariel paró unos segundos, tomó aire y sopesó como iba a continuar su relato.
Mientras, las hechiceras la escuchaban con atención. Los soldados por su parte, que no conocían con exactitud los detalles de la gran guerra, no perdían ni una palabra de la joven e incluso se mostraron recelosos cuando esta interrumpió la historia. Para satisfacción de los guerreros, la gran sacerdotisa continuó:
-Ante las puertas que cerraban Ostrang, se libró la mayor de las batallas que jamás el mundo había visto. Un basto ejército liderado por los trece demonios chocó en el paso angosto contra el formado por los reyes. La lucha se extendió por espacio de tres días. Sin que sol ni luna la detuvieran.
Pese a que nueve de los demonios fueron derrotados bajo la valentía de los reyes de Rüen, todos ellos perecieron en la batalla. Agotadas las esperanzas en Ostrang, los últimos supervivientes se refugiaron en Ardân, creando allí la muralla que conseguiría hasta el momento, contener los ataques de los enemigos restantes de la gran guerra.
Al terminar su relato, Katne intrigado preguntó a las sacerdotisas:
-¿Y son los cuatro demonios que aún quedan los que nos envían a los takhä?
-No. - contestó Yannâ. -Según los antiguos escritos, tras perder una gran cantidad de fuerza en la batalla, los cuatro demonios se retiraron hacia la costa este de Rüen para descansar allí durante milenios. Esperando a que se cumplan las condiciones suficientes como para volver y someter al resto del mundo.
Las palabras de la sacerdotisa de Kur fueron como un cazo de agua fría para los soldados que la escuchaban. La promesa de un retorno de aquellos que en el pasado ocasionaron la cuasi extinción de su raza, significaría en esta ocasión la derrota total.
Ardân ya no contaba con los héroes que tuvo entonces ni el poder suficiente como para hacer frente a aquellos demonios. Estarían perdidos.
Mientras todos permanecían en silencio, Deimos, que escuchaba desde la distancia se acercó para dirigirse al resto:
-Me temo además, hechicera, que la situación es peor de lo que creemos. Según explicaban los oráculos en Ardân, algo está ocurriendo, más allá de los volcanes del fin del mundo. Se desconoce que puede ser, pero su poder es colosal...
-¿Quieres decir con eso que los demonios pueden haber vuelto? -preguntó Sayrz al espadachín. Este lo miró con frialdad y añadió:
-Es posible.

Cuando pasaban ya dos semanas desde la partida de Ardân, los aventureros albergaron al fin la esperanza dentro en los corazones. El paisaje, que había consistido en las dos últimas semanas en sólo polvo y rocas, empezaba a llenarse de vida. Árboles, cuyas hojas eran de color ocre, se dibujaban entre las llanuras. La tierra dejaba de ser un terreno árido para llenarse de hierbas de un color dorado, parecidas al trigo pero que del mismo modo que los árboles, habían cambiado el color. A medida que avanzaban, la vista se inundaba más con la vida, distinta de lo que habían visto hasta el momento. A las pocas horas, apareció ante ellos un río que remontaba su cauce hacía unas montañas que se divisaban en la distancia.
La concepción que se tenía de las tierras rojas era muy distinta a la que era en realidad. ¿Por qué durante siglos nadie había intentado explorarla? Al menos, nadie que después volviera a reportar de lo visto a la ciudad. En cualquier caso, la misión de la compañía significaría un antes y un después en Ardân.

Al día siguiente, los viajeros continuaron remontando el borde del río hasta llegar a la falda de la cordillera, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las montañas estaban pobladas por arboles de muchos tipos y aves que los sobrevolaban de uno a otro.
El río que habían remontado para llegar hasta las montañas se convertía en una gran cascada que caía desde un gran saliente:
-Tendremos que encontrar un paso para atravesarlas. No tenemos otra opción. Rodearlas podría llevarnos demasiado tiempo. -anunció Valten.
-Y seguir el curso del río es imposible, así que deberemos buscar otra ruta -añadió Nariel mientras contemplaba el salto de agua.
-Caminaremos hacia esa depresión, tal vez allí encontremos la manera de pasar.


Tal y como apuntaban las sospechas del guerrero del dorado martillo, la depresión entre las dos montañas conducía a un camino que se adentraba hacia el interior de la cordillera. Los caballos de Shannah y Deimos pudieron trotar con facilidad por él ya que se extendían sobre varios metros de lado a lado. Parecía que la fortuna sonreía a la compañía.
El ascenso sobre la montaña fue eterno. El camino pese a ser accesible, rodeaba demasiado la cordillera y pasado medio día, se desorientaron. Cuando andaban totalmente perdidos, encontraron una bifurcación:
-¿Qué camino deberíamos tomar? -preguntó uno de los soldados. Deimos observando los dos caminos dijo:
-Debemos coger el que nos conduce a través de menos vegetación, el de la izquierda. Además será el menos molesto para los caballos.
Los soldados y sacerdotisas miraron a los tres comandantes a la espera de que valoraran la idea del espadachín. Sayrz, cargándose de nuevo el escudo a la espalda, añadió:
-Esta bien Deimos. Pero tu te arás cargo de las quejas del resto si este no es el sendero correcto.
-Creo que lo podré soportar... -contestó el guerrero mientras trotaba hacia el camino que se extendía entre dos hileras de árboles.
La travesía ya duraba dos horas y el grupo se impacientaba. Pese a las quejas, Deimos seguía decidido a seguir el camino.
Las sacerdotisas aprovecharon la llegada a un claro en la montaña para librarse de los largos vestidos con los que se cubrían. Lucían un color azul en las sacerdotisas de Kur y blanco en el de las de Kor. Pese a su belleza y su simbolismo, dificultaban mucho el paso. Mientras los soldados miraban expectantes, las sacerdotisas dejaron ver bajo sus elegantes mantos una coraza de cuero con mangas de cota de malla. Abandonando la vestimenta a un lado del camino, enfundaron en sus respectivas vainas las armas. Algunas iban armadas con arcos y otras con espadas. Pero una de ellas se distinguía sobre las demás al llevar atada a su espalda una larga espada de un metro cincuenta de altura:
-¿Quien lo hubiera dicho? -se dijo para si uno de los alabarderos.
-Mirad que arcos. ¡Son enormes! -exclamo otro de los guerreros.
-¿Habéis visto la espada de esa otra?
-Me temo que estas mujeres darán mucha más guerra de lo que todos habíamos pensado caballeros -confesó Sayrz mientras reía.
Momentos antes de reanudar la marcha, unas piedras cayeron sonoramente desde un pequeño montículo que se alzaba a una banda del terraplén. Al dirigir la mirada hacia arriba, los aventureros divisaron a un humanoide de color grisáceo y de puntiagudas orejas que los observaba tras unas rocas. Viéndose descubierto, el darna emitió un chillido que hizo aparecer de entre la maleza un grupo numeroso de semejantes. Antes de poder moverse de nuevo, una flecha le atravesó la garganta:
-¡Formad un círculo! No sabemos de donde vendrán. -gritó Katne tras haber disparado contra el humanoide.
Rápidamente, los miembros del grupo formaron un circulo para poder controlar todas las partes del claro donde había hierba alta. Tras unos segundos en silencio, el primero de los darna salió de un salto de entre los árboles. Armado con una rudimentaria arma de piedra afilada, cargó contra uno de los alabarderos que le propinó un fuerte golpe descendente en el hombro. La poca resistencia que ofreció el cuerpo del diminuto ser, hizo que la hoja de la alabarda llegara hasta su pecho.
Un segundo saltó desde el peñón donde había estado el primer enemigo y se dejó caer sobre una de las sacerdotisas. Viéndolo venir, retrocedió dando un paso hacia atrás y sin esperar a que cayera, le clavó la espada en el vientre.
Los darna venían muy divididos y rechazarlos estaba siendo muy sencillo. Aún así no cesaban de aparecer de un lado u otro y no podían bajar la guardia.
Uno de ellos estaba subido en la parte más alta del montículo. Nariel lo vio y mientras clavaba la espada a otro que se aproximaba dando saltos, le lanzó con su mano izquierda una ráfaga de aire que lo lanzó varios metros hacia atrás, despeñándose montaña abajo.
Al cabo de unos minutos, los pocos que quedaban se habían unido en un único grupo que se aproximaban por el mismo camino que habían seguido los aventureros para llegar hasta el claro. Indecisos a atacar, se cambiaban el arma de una mano a otra mientras miraban a los soldados y las sacerdotisas con odio. En ese instante, sus miradas se distrajeron de la lucha.
Los extraños seres levantaron sus orejas hasta alcanzar una gran altura y renunciando al combate, se retiraron con agilidad de nuevo entre la vegetación.
Tras la marcha de los darna, los aventureros bajaron sus armas:
-¡Ya iba siendo hora de que se retirarán! -dijo uno de los soldados.
-Los hemos aplastado, no entiendo por que seguían con ello... Pero bueno ha sido entretenido jejeje -añadió Viktor mientras movía su pesado martillo de arriba a bajo con entusiasmo.
Las sacerdotisas enfundaban también sus armas cuando la lucha terminó. Pero Shannah, que las acompañaba a lomos de su montura, les resarció de su idea:
-No se han retirado por nosotros...
-¿A que te refieres? -le preguntó su compañera Yannâ antes de guardar su espada larga. - Es solo que antes de marcharse, han levantado sus orejas al igual que un caballo. Eso lo hacen cuando...
Un golpe silenció las palabras de la domadora. El ruido se repitió una segunda vez con más intensidad. Unas ráfagas de aire levantaron polvo en todo el claro cegando momentáneamente a los que allí se encontraban. Buscando su origen, todos quedaron aterrorizados ante la imagen que se presentaba ante ellos.
- Naresh, protégenos. -suplicó uno de los soldados de la guardia de Ardân.

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