miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo 5: Carrera


Un gran dragón negro se postraba ante él mientras se aferraba con sus dos poderosas fauces sobre el montículo. El temeroso soldado no se percató de que al lado de los ojos de la bestia que clavaban su mirada sobre él, una segunda cabeza lo observaba. Incapaz de reaccionar, esta se lanzó hacía el soldado y lo capturó entre sus afilados dientes. El dragón lo lanzó por los aires y mientras el desventurado guerrero empezaba a caer de nuevo, la bestia abrió su boca de manera que la nueva presa cayera en su interior. Con un rápido movimiento, lo devoró:
-¡Mandir! -gritó Valten mientras se acercaba a la bestia con el martillo alzado. Katne que se encontraba en su trayectoria, se colgó el arco al a espalda y sujetó a su compañero:
-¡¡¡Vayámonos de aquí!!! -anunció Sayrz mientras se lanzaba hacia uno de los senderos de la montaña.
-Dividios, no podrá seguirnos a todos -instó Deimos.
En un instante, todos los que ocupaban el claro se dispersaron en todas direcciones alejándose con pavor de la bestia. Algunos siguieron los caminos y otros se lanzaron a través de la vegetación. En ese mismo instante, una de las cabezas del colosal animal lanzó una llamarada que lamió toda la parte oriental de la explanada.

Katne consiguió atravesar unos matorrales y cayó dando varias vueltas sobre el suelo hasta que se aferró al tronco de un fino árbol que le sirvió como apoyo para frenar su descenso por la ladera boscosa. Mientras iniciaba una carrera hacia cualquier punto lejano del claro de la montaña, un ensordecedor rugido le hizo acelerar aún más. No sabía si la bestia estaba detrás de él y sin atreverse a comprobarlo corría, lejos.
Su corazón se sobresaltó cuando vio una sombra que se movía con él en paralelo. En plena carrera, cargó una flecha en su arco y apunto a su objetivo. Justo antes de disparar, reconoció un escudo con letras en la lengua antigua donde se leía: Ardân. Rápidamente, reconoció a su portador:
-¡Sayrz! Soy Katne
El joven guerrero que escuchó la voz de Katne, aprovecho un espacio entre la frondosa vegetación para acercarse a su compañero. Una vez a su lado, bajaron el ritmo de la carrera:
-Gracias a los dioses que estás a salvo.-anunció Sayrz y tras unos segundos en silencio añadió – Deberíamos reagruparnos al otro lado de la montaña... Es lo más lógico. Esperemos que todos piensen igual que yo.
Katne ignoró la propuesta de su amigo para centrarse en una cuestión que le preocupaba aún más:
-Hay que localizar al dragón. Lo hemos perdido de vista.


La sacerdotisa acariciaba las plumas de la flecha que había cargado en el arco. Respiraba con dificultad ya que intentaba disminuir sus inspiraciones para no hacer tanto ruido y así escuchar. Estaba ahí, lo presentía...
Las sagitas no le causarían un gran mal, pero si fueran certeras, tal vez le harían ganar algo de tiempo y escapar de su escondite bajo las piedras. Mientras calculaba sus posibilidades en la situación, las sospechas se confirmaron.
El suelo tembló debido a unos poderosos pasos que se oyeron cercanos. A través de una abertura entre las piedras, consiguió ver al dragón de dos cabezas que olfateaba en el aire en busca de algo. Encomendándose a Kur, rezó para que la bestia no logrará verla. De ser así estaría perdida.
El animal dio varias vueltas a la zona donde Hlenn se encontraba, pero habiendo encontrado el rastro, no se disponía a abandonar el lugar. La encontraría tarde o temprano, necesitaba distraerlo para salir de su escondite.
La sacerdotisa observó con rapidez el bosque y vio una enorme piedra que se erigía a decenas de metros tras el dragón, apuntó y disparo contra el monolito. Al chocar la flecha, provocó un sonido metálico que tal y como esperaba Hlenn, distrajo la atención de la bestia. Sin vacilar, la sacerdotisa de ojos azules corrió lejos del dragón para escabullirse entre los caminos. Si lograba llegar hasta ellos, el dragón pasaría con grandes dificultades y no podría seguirla. Estaba cerca de alcanzar uno de ellos cuando una fuerte ráfaga de aire le lanzó hojas secas y arena sobre el rostro, negándole la visión por unos segundos. Cuando se dispuso de nuevo a continuar, los ojos de serpiente del enemigo la observaban con furia. Permaneció inmobil un instante, pero antes de que una de las fauces lanzara un arañazo en su dirección, volvió de nuevo entre los árboles. La bestia alzó el vuelo como había hecho antes para alcanzar a la hechicera, pero esta vez Hlenn giró medio cuerpo y disparó contra su enemigo. La flecha, dirigida con gran puntería, se clavó en el estomago del animal, provocando que se apoyará en el suelo mientras profería un estridente gruñido de dolor que se extendió por todo el bosque:
-Perfecto. Eso me dará algo de tiempo. -dijo para si la sacerdotisa.
Sin un segundo que perder, siguió la ladera de la montaña, bajando a grandes zancadas entre los arboles. Divisó un nuevo claro que se aparecía más abajo, un camino. Hlenn aceleró el paso para llegar hasta él y cuando ya casi había llegado vio dos figuras que lo atravesaban. No tardó en reconocerlas. Saltó el último tramo del bosque hasta caer en la superficie llana del camino. Mientras llamaba a sus compañeras:
-¡¡¡Yannâ, Shannah!!!
Las dos se giraron y sonrieron al reencontrarse con su compañera. Esta se acercó a ellas mientras agitaba una mano frenéticamente:
-Debemos huir, ¡el dragón me está persiguiendo! -tras las palabras de Hlenn, a sus aliadas se les descompuso el rostro cuando ondeaban en la ladera poblada de arboles la figura del animal.
Sin encontrarla, iniciaron de nuevo la carrera pero esta vez con mayor velocidad. No podían dejarse alcanzar:
-¿Hacia donde nos dirigimos? -preguntó Yannâ mientras volvía su cabeza para mirar.
-Hay que encontrar al resto, espero que hayan podido escapar... -le respondió la domadora Shannah.
-Reagruparnos... -dijo la arquera mientras observaba como desde un punto más alto de la montaña, el dragón se tornó visible sobre el nivel de los árboles- ¡Al otro lado de la cordillera rápido!


Pese haberle ordenado que iniciara el trote, el solitario guerrero hizo detenerse de nuevo su montura mientras lo observaba. La criatura se alejaba entre las cumbres rocosas de la montaña, esquivándolas con facilidad dando saltos con sus piernas fuertes y peludas más propias de un animal que de un humano. Estaba ya demasiado lejos para alcanzarlo, Deimos sólo portaba una espada y llegar hasta él a lomos del caballo por las escarpadas rocas era imposible.
Un takhä. Parecía explorador. Sabía perfectamente lo que había venido a hacer a la cordillera de Kalim y el guerrero se empezaba a preguntar si había obrado bien. Tras unos segundos de meditación, el espadachín agitó la cabeza en un intento de volver a la realidad. ¿Había obrado bien? Obviamente que si...


-Que suerte que os hayamos encontrado -confesó Sayrz mientras sonreía a la gran sacerdotisa de Kor. Esta sin responder continuó su avance hacía el punto acordado.
El grupo de sacerdotisas de Nariel, la habían seguido en el momento de la dispersión en la llanura en lo alto de la montaña. Sabedoras de la sabiduría de su líder, no dudaron en seguir sus pasos para estar a salvo. Tal y como esperaban, Nariel respondió ante las expectativas de sus compañeras.
El gesto de simpatía que se dibujó en los labios de Sayrz cuando habló con la hechicera, desapareció rápidamente cuando volvió su mirada hacia Katne. Sin utilizar palabras, tanto uno como otro sabían el temor que ocupaba sus corazones.
Mientras huían para dejar atrás el paso montañoso, habían oído en repetidas ocasiones los gritos encolerizados de la bestia. La imaginación ponía en sus mentes escenas donde el animal atacaba a sus hombres, a sus compañeros, dándoles muertes horribles como la que habían presenciado la primera vez que vieron al dragón. Pero era imposible volver. Si lo hacían, no sólo pondrían en peligro el éxito de la misión, sino también a las sacerdotisas de Kor que les acompañaban:
-¡Maldición! -gritó Katne en respuesta a todos estos pensamientos.
Ante la mirada intrigada del resto del grupo, Sayrz optó por tranquilizar a su compañero y autoconvencerse a si mismo de que la situación era mejor de lo que creían:
-Estarán bien. Sólo deben huir entre los arboles y no podrán ser seguidos. Valten se encontrará cerca, confiemos en que pueda ayudarles.


Alzó de nuevo el mango sobre su cabeza para asestar otro violento golpe al enemigo que lo observaba con temor ante una inevitable muerte. Justo antes de descargar el martillazo, una estela plateada apartó al objetivo de su campo de visión. Valten miró como el último enemigo que quedaba en pie le era arrebatado de su tanteo personal de bajas. Decepcionado, llevó sus ojos al rostro de aquel que le había dado muerte al takhä:
-¡Ese era mio Viktor! -gritó el comandante alabardero acusatoriamente.
Viktor tras verificar que ese único golpe en el cráneo del takhä había sido mortal, dio media vuelta y riendo contestó:
-No os lo toméis a mal comandante, solo pretendo robarle el puesto.
Valten bajó su martillo y con su tono de voz profundo y resonante del que era característico, unió sus risas con las del rubio oficial.
Los alabarderos que les acompañaban caminaban entre los restos del combate en pos de rematar a aquellos que aún permanecían con vida. Una vez retomada la calma, uno de ellos pronunció en voz alta lo que muchos de ellos tenían en sus mentes:
-¿A donde se dirigía este grupo de takhä?
Ninguno de los que se encontraban cerca encontró respuesta a la pregunta del soldado. Las palabras del hombre llamaron la atención del comandante y el oficial de la compañía de alabarderos de Ardân:
-Deberían de estar de paso... ¿Quien sabe?- contestó Valten.
Sus palabras no tranquilizaron a sus hombres, los cuales no quisieron insistir más y continuaron buscando entre los enemigos caidos.
Preparados de nuevo para proseguir con la marcha, Valten continuó el razonamiento que había iniciado unos minutos antes:
-Pero es extraño... Estaban coordinados. Debemos extremar las precauciones. Además, no sabemos de la bestia alada ni de nuestros compañeros. A saber que más cosas nos esperan hasta salir de Kalim. Salgamos de aquí.


El miedo oprimía a las tres compañeras. Las dos cabezas que las observaban, sin ni siquiera pestañear, resoplaban por su nariz un humo negro cada vez que la bestia exhalaba.
El dragón había aterrizado ante ellas, estrellándose contra unas piedras y proyectándolas en todas direcciones tras el impacto. No había proferido ningún rugido o queja, sólo le movía la ira, el deseo de acabar con las tres figuras que ahora lo contemplaban paralizadas:
-Sacad vuestras armas. Si aquí termina nuestro viaje, ¡No se lo vamos a poner nada fácil! -dijo Shannah mientras apretaba con fuerza el mango de sus dos espadas.
Motivadas por las palabras de la domadora, Yannâ y Hlenn desenfundaron con decisión sus armas.
El temor, se convirtió en rabia. Una rabia que les instaba a acabar con la bestia, fuera cual fuera su precio. Deseaban que si era ese el final, se llevarían con ellas al dragón hasta los mismos infiernos.
Preparadas para lanzar el ataque, Yannâ las detuvo:
-¡Esperad! -gritó mientras señalaba con su larga espada hacia la bestia- ¡¡¡Shannah haz que el suelo arda!!!

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