lunes, 5 de julio de 2010

Capítilo 6: Escapatoria


Tendrían que luchar prácticamente a oscuras. En el camino que subía hasta su posición, sólo era visible un pequeño tramo y en cuanto este se retorcía para seguir la pendiente de la montaña, desaparecía a la vista de los aventureros.
El número de los takhä que pretendían tomar la montaña era desconocido, pero por la descripción de Katne sabían que era muy superior. Se debatió durante minutos cual sería la mejor manera de hacerles frente.
Los dos únicos soldados que quedaban en el grupo, Katne y Sayrz, decidieron tomar distintas posiciones a lo largo del sendero, en diferentes niveles de la montaña para poder debilitar las filas enemigas e ir retrocediendo antes de enfrascarse en una lucha frente a frente. Antes de que las últimas luces del día desaparecieran, tomaron posiciones.
En la oscuridad de la noche, los aventureros esperaban repartidos por los distintos puntos. Los dos comandantes se habían separado y aguardaban cada uno en un punto distinto. Mientras las sacerdotisas, formaban dos grupos aguardando en distintas posiciones estratégicas a la espera del enemigo.
Los primeros minutos en silencio se hicieron eternos. Hasta que los grupos de sacerdotisas, situadas en el punto más alto del sendero, oyeron en la oscuridad el inconfundible sonido de una batalla...


Ya los volvía a tener frente a él. Pese a la creciente oscuridad del cielo de las tierras rojas, Valten podía ver a los takhä. En el sendero custodiado por las puntiagudas piedras, los demonios corrían hacia ellos a gran velocidad y con sus espadas en alto. Aunque debía reconocer que estaba cansado, sonrió al imaginar lo que le ocurriría al pobre infeliz que en la primera carga se dirigiese hacia él. Mientras se acercaban, calculó cual de ellos sería, cuando este se encontró a pocos metros, lo supo.
El comandante de la compañía de alabarderos de Ardân, esperaba en al primera fila de un muro que él y sus hombres habían formado en todo lo ancho del sendero, imposibilitando así que se rompieran sus filas.
Cuando el enemigo se topó con linea defensiva, la embestida fue contenida increíble eficacia. Las alabardas en asta no tuvieron más que esperar a que el enemigo cargara contra ellas y se empalaran ellos mismos contra sus afiladas puntas. Aquellos que consiguieron esquivar la mortífera defensa, encontraron una peor suerte, pues era el martillo del oficial Viktor y del comandante Valten el que les esperaba.

El comandante del dorado martillo descargó un golpe descendente que hundió contra el suelo a uno de los demonios que corrían hacia su posición. Cuando aún intentaba levantar el arma para esperar un nuevo golpe, un nuevo takhä se presentó frente a él tras haber sido desplazado por el ataque de uno de los alabarderos, del cual recibió una herida en el bazo. Valten usó la inercia que llevaba cuando alzó el martillo y le golpeó en la entrepierna, levantándolo del suelo mientras daba una vuelta en el aire antes de caer de costado. Un tercero se aproximó decidido mientras el comandante volvía a recuperar la posición. Era un arma muy pesada y el enemigo, aprovechándose, esperó hasta que Valten se encontró momentáneamente desprotegido. Dio un saltó por encima de sus dos iguales tendidos en el suelo y espada en mano se dispuso a apuñalar al guerrero. Pero su objetivo no pasó de la intención cuando en pleno vuelo, el mismo martillo del comandante se estampó contra sus costillas, haciéndolas crujir y provocándole que sus pulmones dejaran de ventilar.
No era necesario cargar un golpe lateral, un ataque directo a modo de lanza también era efectivo con un martillo. No se hendía en la carne como el de una lanza, pero de realizarse este con gran fuerza, era igual de letal para quien lo recibía.
Que pocos soldados armados con un martillo habían visto esos demonios, pensó Valten.

La lucha, como todas las que habían librado durante las últimas horas, estaba siendo un éxito. Pero, aunque escasas, las bajas entre los aventureros se presentaban como un grave problema. Eran ya cuatro los hombres que habían perecido en la cordillera de Kalim, bien entre las fauces del dragón o a manos de los numerosos takhä.
Sólo quedaban ya cinco de los takhä que frente a los alabarderos permanecían amenazantes, pero sin reunir el valor suficiente como para atacarles:
-¡Avanzad! -gritó Valten mientras disfrutaba observando los rostros aterrorizados de sus enemigos.
Uno de los takhä inició una carrera en dirección contraria a donde se encontraba el corpulento comandante. Como un efecto en cadena, los otros cuatro siguieron a su semejante para huir. Valten dándose media vuelta se dirigió hacia sus soldados gritando:
-¡Tras ellos,que no quede ni uno en pie!


Sayrz vio como una flecha se clavaba en la garganta de uno de los takhä que le rodeaba. El camino era estrecho, pero cada vez se veía más incapaz de defenderlo él sólo. Una nueva flecha impactó en el pecho de otra de esas criaturas haciéndola retroceder varios pasos antes de caer al suelo. Aprovechando la situación lanzó un corte que hirió el rostro del demonio que quedó delante. El espacio libre dejado por los dos rivales caídos bajo las flechas se ocupó de nuevo por otros dos takhä y obligaron a Sayrz a retroceder de nuevo. El comandante lograba bloquear todos los ataques que recibía. Aún así, en sus brazos empezaron a verse marcados un gran número de cortes y heridas que no podía evitar recibir. En medio de la lucha sin tregua, uno de esos desventurados ataques de los takhä que tenía frente a él, le hundió su hoja en la clavícula, traspasando con facilidad el cuero que protegía esa zona. El comandante lanzó un rugido de dolor y forzándose en no perder la guardia, mantuvo el escudo y su espada en alto ya que de no haber sido así, otro golpe que se estrelló justo después contra el escudo, habría supuesto su final.
Sayrz empezó a retroceder mientras de las flechas de Katne cubrían su retirada. Era tal la velocidad del arquero que una vez que el espadachín le dejó campo de visión, consiguió acabar en segundos con los tres takhä que ocupaban el espacio del sendero. Sin vacilar, el guerrero inició una carrera desesperada remontando el camino hacia sus compañeros que esperaban el ataque en puntos más altos. Buscó en su parte superior a Katne y lo vio subido a una de las rocas en la parte lateral del camino mientras disparaba a discreción sobre los takhä que le perseguían:
-¡Katne retrocede, son demasiados! Necesitaremos la ayuda de las sacerdotisas.
El hábil arquero de Ardân asintió con la cabeza cubierta por el yelmo de plumas blancas y se volvió hacia el camino para obedecer a Sayrz, desapareciendo así de la vista del espadachín.
El guerrero se cargó el escudo a la espalda en plena carrera para que no le entorpeciera en su carrera y en ese mismo instante, escuchó como algo impactaba contra ello, provocando un agudo sonido metálico. Sin detenerse, miró hacia atrás y vio a dos de los demonios que hacían girar en el aire una cuerda para dejar ir uno de sus extremos aprovechando la inercia.
Hondas. Dijo para si el guerrero que jamás había visto en los takhä armas de ese tipo. Instintivamente, empezó a correr formando eses en el camino, de manera que dificultaría la diana para sus rivales. Las piedras comenzaron a silbarle a escasos centímetros de su posición hasta que una de ellas le impactó en la pierna, haciéndolo caer violentamente contra el suelo. Intentándose incorporar de nuevo, reflexionó en el gran error que había cometido ante la idea de hacer frente al primer choque de la batalla él solo.
Sus perseguidores lo habían alcanzado ya cuando una flecha derribó al takhä más cercano. Una nueva sagita, derribó casi al instante otro de los perseguidores mientras una voz femenina, venida de algún lugar de las afueras del camino superior, le gritó:
-¡No te muevas!
Sin cuestionar sus palabras, Sayrz rodó en la grava para extender su mano y armarse con el escudo poniéndolo sobre su cuerpo. La rápida acción que tenía como fin defenderse del ataque de uno de los takhä que se le echó encima, se convirtió en la defensa de una poderosa llama azul que fluyó sobre su cabeza y acabó con los demonios. El comandante, al ver los desperfectos del ataque, miró rápidamente en dirección de la cual provenía el ataque y vio como una figura se acercó velozmente y lo sobrepaso mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa:
-Llegamos en buen momento ¿no, comandante? -dijo Shannah mientras desenvainaba sus dos espadas.
La domadora de Ardân saltó grácil el montón de cuerpos que yacían en el suelo a causa de su ataque y clavó una de las armas en el pecho de un takhä supervivientes que aún gritaba por las quemaduras.
Una mano se tendió ante el rostro del comandante espadachín. Cuando alzó la vista, reconoció la sonrisa de la hechicera de Kur:
-¿Aún os quedan fuerzas Sayrz? -dijo la sacerdotisa Hlenn mientras el guerrero tomaba su mano para levantarse.
-Claro que sí -contestó el soldado mientras sonreía. -¡gracias a los dioses que nos encontramos de nuevo sacerdotisas!
A su lado, a Hlenn la acompañaba otra de las hechiceras, Yannâ, que tras un breve saludo, corrió a apoyar a Shannah, que ya se cobraba cuantiosas bajas en el diezmado grupo de enemigos.
Antes de que Sayrz y Hlenn volvieran al combate, Shannah y Yannâ habían despejado el sendero, sin dar oportunidad alguna a los demonios para escapar. Cuando el silencio volvió momentáneamente al camino, los cuatro oyeron de nuevo los gritos graves de los takhä que se aproximaban. El rugido se intensificó en pocos segundos y Yannâ, que se encontraba mas cerca del borde del camino, sacó medio cuerpo hacia la ladera escarpada desprovista de vegetación. Al instante, reculó dirigiéndose a sus compañeras:
-Van montados sobre algo...
Los cuatro volvieron a formar guardia. La silueta sólo dejaba entrever el movimiento de unos cuerpos, de gran vigor que galopaban hacia ellos. En su boca relucían bajo la tenue luz del cielo afilados dientes custodiados por dos grandes ojos negros que los miraban fijamente, sin apenas pestañear.
Tres takhä montaban aquellas poderosas bestias que se acercaban peligrosamente hacia ellos. Cuando aumentaron de velocidad para así cargar con mayor fuerza, una poderosa ráfaga de aire lanzó a una de ellas contra la que corría más cercana a la ladera. De la brutal colisión, el animal que salió proyectado arrastró al otro despeñándose por la montaña mientras agitaban en el aire las fuertes patas en un vano intento por aferrarse a cualquier cosa que los frenara.
El tercero de los jinetes, sin alertarse por lo que había ocurrido a sus hermanos, se lanzó contra el grupo, encontrándose en el camino el escudo de Sayrz. De la inercia que traía el animal, el comandante salió despedido varios metros con los dientes de la bestia mordiendo su escudo. Cayó de espaldas contra el suelo y tendido sobre él, recurrió a toda su fuerza para alejar la boca de la bestia. Pudo ver los ojos del ser que lo miraban con rabia odio, los mismos ojos que se cerraron con angustia cuando algo hirió el costado del animal. Sayrz vio a duras penas la larga espada de la sacerdotisa Yannâ, que se hundía en los órganos de la montura. Esta, tras rugir de dolor, se alejó instintivamente de ellos mientras bufaba y gruñía. Entre dificultosas inspiraciones, el animal se disponía a lanzar un nuevo ataque mientras el takhä le espoleaba con los pies. Pero pronto la bestia quedó sin dirección cuando los azules ojos de Hlenn se posaron sobre el cuello del demonio. Ante el dragón, el tiro se desvió a causa del miedo, pero se había prometido que eso no volvería a ocurrir, fuera cual fuera la situación. Este disparo, no iba a ser una excepción...
Mientras el cuerpo del takhä caía inherte de su montura, una nueva flecha, venida de otro lugar, se clavó en el costado opuesto del animal, que luchó por seguir en pie tras los múltiples ataques.La hoja de Yannâ, aunque delgada, le había provocado una herida mortal.
En los ojos del animal sólo se encontraban los cuatro rivales que le habían provocado esas heridas y por ello no se percató de la llegada de un caballero, que esquivando los obstáculos con soltura, pasó a su lado como una estela plateada y rebanó la cabeza a la malherida bestia. A continuación, el soldado Deimos limpió la hoja de la espada y señalando hacia la continuación del camino dijo:
-Ya podemos seguir.

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